"Nunca en el campo de los conflictos humanos,
tantos le debieron tanto, a tan pocos"
Winston Churchill (1874-1965)
Político británico
Raúl llevaba un tiempo más que preocupado con la deriva de las relaciones de la plantilla del grupo y en particular los de su planta industrial. Sabía que la cooperación entre departamentos era fundamental en una situación de competencia feroz y en un entorno de tanta incertidumbre por lo que necesitaban un proyecto sostenible.
Lo correcto respecto al error estaba dividido por una línea fina, sutil. Y decidir bien y actuar correctamente no era opcional sino una verdadera necesidad para continuar siendo un actor de los que contaban en su sector.
Además cada profesional, cada responsable de área tiene una manera subjetiva de verlo, por lo que existen tantas interpretaciones y decisiones a primera vista correctas como personas con posibilidad de opinar o gestionar cada una de las situaciones que se producen en cualquier negocio.
Lo que nunca desaparece, aunque no guste, es el conflicto. Y la manera de gestionarlo también forma parte del ADN de una empresa, no siendo fácil actuar ante el mismo con personas diferentes y diversas en edad, cultura, experiencia, etc...
Raúl pensó mucho sobre la gestión de los conflictos en su empresa, y siempre le volvía con fuerza la idea de que si algo les unía a todos, por diversos que los recursos humanos fueran, era el proyecto. Nadie era capaz de responder que no querían lo mejor para el negocio o la empresa porque lo contrario era querer el mal para él mismo. Pero la unanimidad de las decisiones era difícil, por no decir imposible. Y Raúl tenía claro que debían trabajar en equipo aun no estando de acuerdo, porque como habían encarado el conflicto desde hace un tiempo les estaba metiendo en un callejón sin salida, siendo causa de un deterioro de las relaciones entre los profesionales de la plantilla y lo peor, de un gran descenso de la productividad.
Le dio muchas vueltas a cómo se había encarado el conflicto en su planta y la verdad es que tenía claro que poco a poco entre compañeros, responsables, mandos intermedios y directores habían evadido el conflicto, siendo su mal principal a la hora de afrontar un futuro que les exigía una gran eficiencia y una alta productividad para afrontar con garantías la competencia en un sector global muy exigente.
Diagnosticó lo que "mirar a otro lado" para evitar el conflicto, que haberlo haylo, provocaba en su empresa. En primer lugar sabía que esta forma de no afrontar lo que ocurre va acumulando tensiones no resueltas, pero que ahí quedan.
Observó que nuevas incorporaciones que no entienden la no gestión generaba confusión, dudas y falta de claridad a la hora de decidir y actuar en el futuro.
Las relaciones, aun pensando que sin afrontar el conflicto se mejoraban, al contrario, se iban deteriorando y la parte emocional de luchar por eliminar problemas se iba desconectando de la misión de la plantilla, y por supuesto la implicación de la misma iba descendiendo.
Raúl entendía cada vez más como la señal de que se iban perdiendo oportunidades de mejora era lo que más se denotaba por la actitud de evitar afrontar el conflicto, además de ser la causa de una fuga de talento silenciosa.
Tenía que cambiar la cultura de evitación y superficialidad. Eliminar cómo pasaban todos por alto lo que ocurría no solo a nivel de problemas sino incluso cuando la negligencia quedaba clara en acciones diarias.
Y también estaba decidido a cambiar esta forma de no gestionar el conflicto ya que cada vez más la empresa perdía autenticidad, confianza en el liderazgo y vivía un continuo aumento de estrés y carga mental.
Era consciente que no todo estaba perdido si él y el equipo que creía en su proyecto gestionaban bien el conflicto, y estaba seguro que surgirían grandes oportunidades como mejora en la comunicación y el entendimiento entre todas las partes, así como el fortalecimiento de vínculos y confianza en las personas que luchaban por hacer del negocio algo perdurable en el tiempo.
Habló con su equipo y les empujó a cambiar su manera de afrontar la apatía con gestión porque sabía que mediante un desarrollo de las habilidades emocionales, aprendizaje real y una mejora continua podrían fomentar una cultura de transparencia hacia la búsqueda del error como base del crecimiento y el éxito.
No pasaría mucho tiempo en volver a generar una base para construir algo sólido y bueno en el negocio. Estaba dispuesto a luchar por alinear expectativas y objetivos una vez detectado unos problemas estructurales cada vez más dañinos, pero sobre todo una vez decidido que ocultar o mirar a otro lado no era la solución.
Necesitaba una mayor cohesión de todo su equipo, y se rodeó de personas que serían líderes tanto por lo que sabían del negocio como por su capacidad de no evitar el conflicto, gestionándolo para bien.
Abrirse al fallo, ser vulnerable y no castigar el error, sino usarlo de palanca para crecer debería ser parte de su rutina diaria. No era pasar el día lo que tenía que invitar a los profesionales simplemente llegando a la planta, fichando y pasando el día ocultando los problemas o peor, ocultándose a sí mismo, sino un propósito común que los empujara y motivara a dar lo máximo.
El fin de semana en esa casa rural y la larga caminata del domingo a la mañana le había dejado a Raúl un par de preguntas que quería compartir con cada uno de su equipo la semana siguiente:
¿Cómo te sientes? ¿Libre para hablar y mejorar o cómodo para callar?
¿Qué es para ti un ambiente sano? ¿Un sitio dónde nadie se atreve a posicionar al resto en una situación incómoda diciendo la verdad?