"No olvidemos que las pequeñas emociones
son los capitanes de nuestras vidas
y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta"
Vincent Van Gogh (1853-1890)
Pintor postimpresionista holandés
Cuando su sobrino le preguntó cómo había llegado a liderar una empresa tan grande y tanto tiempo Sam sonrió, le pidió que se sentara un rato, y le indicó que no se podía entender el mundo de los negocios sin entender a las personas.
Michel, el sobrino, no olvidaría nunca esa charla.
Aprendió que el liderazgo se presumía como el compromiso más profundo con el ser humano. Las personas son emociones que no se pueden eliminar de la ecuación, y dirigir trata de gestionar precisamente eso, las emociones.
Sam había conocido muchos directivos y mandos que no habían crecido en su organización por no disponer o cultivar una inteligencia emocional; era su asignatura pendiente. Y esa es la esencia del ser humano: conseguir comprendernos, superarnos y aceptarnos para comprender a los demás y mejorar las relaciones valiosas que generarán un proyecto sano y sostenible.
Recordó muchas empresas que saben qué hacen, cómo lo hacen, pero patinan cuando se les pregunta por qué lo hacen. No saben ni conocen su propósito. Y es que esto va de comunicar de dentro hacia afuera: propósito, proceso, producto.
El motor, que no es otro que el propósito, debe ser la fuerza que moviliza e inspira representando una causa que todos sientan como propia. Y el líder comunica, protege y recuerda el propósito para conectar emocionalmente con las personas que dirige, representando una causa que todos sienten como propia.
Le enseñó a Michel cómo no era cuestión de un titulo en la tajeta o en letrero en la entrada al despacho. Los líderes ocupan su posición inspirando, y siendo seguidos por convicción mientras conectan propósito de empresa con motivaciones personales, causas significativas y siempre vinculan la visión de la empresa con los valores y necesidades de todos los que forman la misma.
Michel le habló de dinero. Sam le respondió que buscara un combustible superior, más grande. Le indicó y le puso ejemplos de personas comprometidas con lo que creen, que comparten valores, que solo con un salario no encuentran sentido a lo que hacen y acaban siempre pidiendo más de esa gasolina que les mueve de verdad. Lo ideal es dedicar tiempo, energía, esfuerzo y mucha pasión al proyecto porque se tiene un propósito que nos guía a largo plazo.
En cambio, también había conocido empresas y personas que olvidan su razón de ser original. Solo viven para crecer y ganar dinero.
El consejo a Michel fue que buscara un significado a su vida y a su trabajo, que buscara razones para vivir y no solo medios para sobrevivir. Porque solo con un propósito tendría en su poder el verdadero motor que le diera sentido al trabajo, a su equipo y a su empresa.
Hablaron de rendimiento. Y esta parte no se podía cumplir si la gente no trabajaba en un entorno que le diera seguridad. Se trataba de trabajar con líderes y compañeros en los que se pudiera confiar, fomentaran la cooperación, la lealtad y el compromiso sincero.
Como siempre, salió el tema del liderazgo efectivo, no de palabras, sino de actos. Y le propuso que siempre debería actuar con coherencia, siendo justo y que nunca trabajara a través de promesas vacías. Debía intentar adelantarse a las dificultades, asumir riesgos y actuar con integridad para proteger a su equipo. De esta manera, la respuesta natural de su gente sería compromiso, entrega, sacrificio y darían lo mejor de sí siempre tras observar cómo el líder se comporta, nunca usando la imposición.
Michel entendió que no era el cargo, sino el impacto el factor diferencial de ese buen liderazgo. Recordó a su tío en los veranos aquellos que trabajaba en la fábrica para aprovechar el periodo vacacional. Su disposición a cuidar, el apoyo que prestaba al que lo necesitaba, y el empoderamiento de su equipo más cercano. Lo podía definir como que Sam servía en lugar de mandar. Y nunca dejaba de aprovechar lo que ocurría para generar oportunidades en las personas que formaban su empresa, cómo los acompañaba en las buenos pero sobre todo en los malos momentos, y cómo basaba sus decisiones en una equidad que no se basaba lógicamente en una injusta igualdad.
Y le habló de consistencia. Valores, creencias y autenticidad basada en hacer, y no solo decir. Construir una marca personal y empresarial fuerte no se hace agradando a todo el mundo. Pero si eres fiel a tus valores, eres y debes ser firme en lo que haces.
Le instigó en que debía esforzarse por eliminar de su pensamiento la eterna comparación con los demás. Aprovechó para indicarle que la competencia no debe entenderse mediante reglas fijas y un sistema discreto. El juego es de valor infinito, y no debe obsesionarnos el mejorar a los demás. La mejora continua no se hace nada más que compitiendo con nosotros mismos. Es hacerlo mejor que ayer, servir cada día mejor, innovar con más sentido. Sí, le dio a Michel la razón, estar atento al mercado es útil, pero perderse en la comparación lleva a la desconexión en el propio sentido de nuestro propósito. A veces se triunfa, otras se aprende.
Sam resumió indicando que el éxito está en cultivar una mentalidad de abundancia y mejora continua. No se trataba tanto de vencer como de evolucionar como ventaja real en un entorno cambiante sin un final definido.
"Mentalidad infinita".- pensó Michel.
El sobrino se llevó deberes para su próxima etapa en la empresa de su tío. Sam se merecía descansar fuera de las murallas del negocio y solo puntualmente como consultor volvería a tocar las teclas que movían el proyecto.
Miche revisó ya en su despacho algunas notas:
- Mentalidad infinita,
- Causa justa,
- Construcción de equipos solidos,
- Rivales exigentes que enseñan y ayudan a transparentar debilidades ocultas.
- Visión, valentía, flexibilidad, coraje que nace del propósito.
Había entendido que su misión era conseguir que todos rindieran mejor, se comprometieran más, y debía crear un grupo seguro, cuidando, reconociendo, integrando, motivando...
Una cosa tenía clara. Solo no podría. Necesitaba de un gran equipo...