"Si tenéis un minuto, intentad resumir vuestra pasado, brevemente, y sentiros orgullosos.


Después, enfrentando el maldito folio en blanco, dibujad vuestro futuro, con pasión, con ganas de hacedlo mejor.


Será vuestro mundo, vuestro camino..."

domingo, 27 de febrero de 2022

GUERRA, SILENCIO Y LA MALDICIÓN DEL FUTURO

"Siempre tuve miedo al futuro, porque en el futuro, 

entre otras cosas, está la muerte"


Ernesto Sábato (1911-2011) 

Escritor argentino



Esta semana, antesala de un Carnaval que nos permitirá alejarnos del mundanal ruido, ha dejado un inicio de una guerra sinsentido de nuevo en el viejo continente. Durante el tiempo que me deja en el sillón, tras recoger la cocina, la tristeza me regaló el no tener ganas siquiera de encender la televisión. No logro entender como en el 2022 se estén matando entre iguales, hermanos, sin nada o poco por hacer para que no ocurra esta pesadilla en nuestro mundo.

Por contra, me ha permitido alguna que otra conversación con una persona que no conocía, pero que ha pasado varias horas conmigo; se llama Ramón Andrés.


Entre otras muchas cosas, me ha permitido descubrir que el mundo necesita, y también nosotros como individuos, incluir en nuestros ritmos la lentitud, la pausa, y el silencio. Se trata de pausarnos, hacer un gran esfuerzo para pensar y volver a generar el proyecto para cambiar el camino sin necesidad de cambiar la misión.

Ya en mi salón, con la familia descansando al final del día, cerrando los ojos me imaginaba a mí mismo yendo más despacio, pausando nuestro vertiginoso maratón de vida diaria y haciendo que resurja mediante el silencio un nuevo estado mental de armonía y paz. El mundo y las personas necesitamos vaciarnos de ruido para hacer renacer nuestra historia, nuestro país, nuestra empresa e incluso nuestra misma actividad individual.

Me enseñó a utilizar el silencio como algo previo a cualquier reacción, decisión, a cualquier elección para crear y avanzar en todo. No podemos generar valor entre tanto ruido. Esto me ha quedado muy claro esta triste semana.

No se trata de aprender o conocer, sino de entender. La sociedad debe dejarse de leer y creerse simplemente titulares y tweets, para iniciarse en el arte de leer para entender. Preguntarse por qué me indican hacer esto o lo otro. Por qué estoy haciendo esto, por qué me voy por aquí o por allí. Por qué me presionan para pensar esto o aquello...

Pararse y pensar, siendo crítico para dejar de ser lo que no quiero. 

Lograr entender con la exigencia de estar quieto, tranquilo, sin ruido el por qué me están haciendo elegir un camino que no quiero recorrer. Obligarme desde la concentración, a disponerme a ser humilde y estar abierto al aprendizaje. Necesitamos tener menos prisa, no vivir con todo dibujado por un trazo grueso, cual bocetos sin concluir, necesitando siempre de alguien que nos indique lo que representan.

¿Dónde están los ciudadanos? Nos los hemos cargado, cambiándolos por clientes, IPs, números. ¿Las personas? Poco importan si tenemos muchos "likes", "followers", o similares.

El poder del especial, el individual diferenciado, no nos permite ejercer proyectos de equipo, de seres humanos muy parecidos en lugar de diferentes. Creer que estamos muy comunicados y estar cada vez más solos y aislados no proviene de otra causa que no es el individualismo. Creernos especiales en el universo es un error. Somos muy parecidos, lo siento. Sentimos cosas muy parecidas. El sentimiento de que el ego está depredando al yo no está muy lejos de lo que como resumen siento y pienso tras esta semana aciaga para el mundo.

Necesitamos una mayor lentitud, eliminar el ruido y repensar el mundo, nuestro mundo.


Para terminar, Ramón Andrés me soltó de golpe algunas joyas sobre la tecnología y el futuro. Me dijo que dar un paso atrás para modernizarnos no es una cuestión reaccionaria, sino reparar en la necesidad que necesitamos tiempo para pensar. Si la tecnología cada vez nos permite ir más rápido, ¿por qué cada vez tenemos menos tiempo?

Me pregunto para qué queremos ir cada vez más deprisa, si no es para vivir más tranquilos...

Termino por esta cuestión examinando la maldición del futuro. Todo lo proponemos por lo que vendrá. Nunca estamos donde estamos. Vivimos desplazados. Somos una proyección hacia delante.

Por eso, a Ramón le gustaría que nos detuviéramos para pensar bien. Nuestra mente nos advierte de un dios maligno que no es otro que el futuro. Siempre estamos angustiados por alcanzar esa zanahoria que, fijada a la vara que a la vez está unida al cuerpo del burrito, nunca permitirá ser capturada. Cuando llegamos, ya está por delante, como nuestra sombra que nunca pisamos de niños. 

"Estudiar para cuando seas mayor. Ahorrar para cuando haga falta. Planear las visitas en el futuro. Previsionar las ventas. Planificar los sistemas de producción. Siempre luego, siempre mañana."

Y el futuro nunca llega, ya que cuando se llega existe un futuro el cual seguir. 

Se trata de parar y comunicarse hoy, primero con nosotros mismos y tras pensar, con nuestro entorno más cercano. Vivir el presente es frenar para no seguir tras lo que no existe, viviendo deprisa tras una meta móvil inalcanzable.



Mi consejo tras las conversaciones para mí y para ti:

Vive más despacio; pausa hasta conseguir el silencio como estado mental y piensa para entender. 

domingo, 20 de febrero de 2022

¿ESCUCHAS O TE ESCUCHAS? ¿MIRAS O TE MIRAS?

"Así como hay un arte de bien hablar, 

existe un arte de bien escuchar"


Epicteto de Frigia (55-135) 

Filósofo grecolatino



Entramos en la reunión del comité de dirección, todos conocíamos el problema, todos conocíamos la postura inicial de cada miembro de la reunión, y tras dos horas de sesión, nada nuevo, todos salen con la idea que llevaban a la entrada. Uno a uno, soltaron su discurso, no escucharon, y se fueron sin moverse ni un centímetro de su sitio.

Nada nuevo. El problema sigue ahí. Un mundo avanzando, vertiginoso, cambiante, y un equipo de ideas fijas, sordo, ciego y cerrado a cambiar todo, o mejor dicho, a cambiar nada.

Recordé lo que Mirko me enseñaba, allá por marzo del 21, cuando me hizo ver que ni la misma Capilla Sixtina es lo que es si no se mira eliminando las creencias limitantes, y simplemente alguien se queda mirándose a sí mismo.

La pregunta es cuánto esfuerzo hacemos para acercar la distancia entre lo que percibimos y lo que realmente está pasando. Decidir entre ponernos activamente a escuchar o simplemente seguir cómodamente escuchándonos.

Aprender a mirar o continuar mirándonos a nosotros mismos. Nuestro método, nuestra idea, nuestra opinión, nuestra solución...

Todo se queda en un binomio "me gusta o no me gusta". Y es que es muy complicado y costoso escuchar la realidad entre tanto ruido; ruido provocado por nosotros mismos. Nos escuchamos todo el tiempo, y por ello, no contestamos a lo que hace falta para salir de las situaciones que nos hablan, sino que nos contestamos a nosotros mismos, muchas veces sin nada que ver con lo que necesitan los problemas reales.

Es difícil pero vital desvincularnos de nuestras creencias. Vemos y escuchamos a través del cristal de nuestro background. Volvemos y volvemos a tomar decisiones a través del pasado, aun sabiendo que lo nuevo requiere nuevos trazos, nuevos caminos e incluso nuevos retos.

Y es que hay elementos que nos impresionaron tanto, que dejaron tanta huella entre nosotros, que hoy impiden ver o escuchar todo lo que sigue o hay detrás de estos elementos; son tan sonoros o nos deslumbran tanto que no nos permiten sentir, ver o escuchar. Entonces: acabamos escuchándonos, mirándonos o incluso leyéndonos a nosotros mismos, dejando que lo que podemos aprender del resto se quede solo en eso, simplemente ruido.

¿Hemos probado en pausar, en retirarnos del centro de todo lo que nos ocurre, y mirando, escuchando desde el rincón, observar y escuchar la escena desde fuera, sin ser el centro y simplemente dejar de escucharnos o mirarnos al ombligo?

Se trata de crecer eliminando filtros, o tirando muros. Desafectarnos para evaluar la situación, recibirla o aceptarla y decidir qué hacer después, pero no llegar nunca más con las ideas preconcebidas.

Como Mirko intentaba enseñarme:

- Mira y reflexiona si la visión es clara, no turbia. 

- Escucha y reflexiona si oyes sin confusión.

- Genera el espacio que necesitas y permítete esa pausa de aceptación.



Recuerda si formas parte de equipos de trabajo que tras una sesión o reunión no se puede salir con la receta que se entraba a la misma. El producto de entrada debe ser menor que el de salida, y solo esto hará que el proyecto crezca.

Se trata de abrir el abanico de criterios; no jugar solo con los nuestros, sino compartir y generar nuevas oportunidades y tomar decisiones mirando, aceptando, componiendo con las ideas del conjunto, y no solo con las reglas causa-efecto del pasado, de mi pasado, de tu pasado.

domingo, 13 de febrero de 2022

MOVER LA BATUTA MIENTRAS LOS MÚSICOS NO MIRAN

"Arréglese al estado como se conduce a la familia,

 con autoridad, competencia y buen ejemplo"


Confucio (551 AC-478 AC) 

Filósofo chino



Me dijeron que me sentara durante la comida al lado de Íñigo, que aprendería y no poco durante la misma. Y no me defraudó la propuesta. Fue de lujo.

Me encantó cuando me dijo que dirigir una empresa era como dirigir una orquesta, y el director, al final, acababa moviendo la batuta, mientras los músicos no miraban; eso sí, la obra acababa generando una auténtica conexión entre público y orquesta de un nivel por encima de lo terrenal. 


Me quedé pensando un rato: "Mover la batuta mientras los músicos no miran...". 

La música no consiste en la interpretación perfecta de una serie de notas musicales. Y al igual que en la empresa, el buen trabajo no se genera con las manos de los operarios ni con la repetición cansina de operaciones de máquinas y herramientas, sino con la cabeza y con el corazón dirigidos desde la dirección y los mandos intermedios que mezclan ideas y planes para llegar a cumplir con los diferentes hitos.


Y ahí entra la misión del buen director, con sus tres funciones fundamentales. 

Primero, como concertador, sí que ha de tener ciencia, saber hacer y don de gentes para provocar en el equipo una serie de tareas cargadas de alta productividad, eficiencia, aprovechamiento de recursos y de tiempo, que les permitan alcanzar los hitos programados.

El director tiene que tener un plan claro. Autoridad, mucho liderazgo y ajustar el plan con flexibilidad, sin rigidez, siendo en este punto clave la rapidez y el acierto en la toma de decisiones. Pivotar es necesario, porque todo lo planeado es vapuleado por la realidad nada más tocar tierra. Ya sabéis, el papel todo lo aguanta.

En este punto, el buen líder debe distinguir los desajustes que requieren de su participación de los que su elenco de profesionales pueden resolver por sí mismos. Es decir, debe saber ceder liderazgo y protagonismo sin perder liderazgo por ello; equilibrio que no es fácil, pero necesario para establecer un equipo a su cargo capaz.

Como segunda función, está la del director inspirador. Esta función es la que insufla vida al proyecto. Y para llenar con vida el proyecto, debe conseguir que cada profesional dé lo mejor de sí mismo. No es sencilla, pero sí fundamental esta función, la cual debe generar un modelo de trabajo que sea enriquecedor, creativo, fecundo, que abra océanos de posibilidades ambiciosas y cuente con la creatividad de cada uno de los colaboradores. 

Se trata de crear un campo de cultivo donde se multiplica y perpetúa un sano intercambio de pareceres. Sí, la última palabra la tiene el líder, por supuesto, pero todos se sienten partícipes y responsables del desarrollo del proyecto, para lo bueno y para lo malo.

La tercera función que me relató Íñigo fue la de seguimiento y control. Veía al líder como el que controla, el que sigue, el que acompaña. Me aclaró que es el que controla mientras inspira. Atento a cualquier pequeño desajuste, que siempre por cierto se dará, debiendo recomponerse lo antes posible. El líder debe estar pendiente de todo, pero manteniendo la distancia, dejando trabajar. Resumió la idea indicándome que lo ideal sería estar vigilando sin estorbar, siendo capaz de prestarse siempre que se le necesite, pero sin ser invasivo en el trabajo de los suyos.

Me interesé mucho y le pregunté dónde pondría el foco para cimentar un liderazgo auténtico y me respondió rápido, con seguridad, que para él todo buen liderazgo debía estar basado en la confianza. Era la base de cualquier relación.

El liderazgo según Íñigo se basa en el trabajo bien hecho, la ejemplaridad y el servicio.

El trabajo bien hecho entendido como llevar siempre los deberes siempre bien estudiados y resueltos. La propuesta sólida, bien armada y por supuesto, una batería de soluciones a los problemas que llegar, llegarán.

La ejemplaridad, como única garantía de la autenticidad, necesaria para establecer una relación que genere confianza. Decía Einstein que "dar buen ejemplo no es la mejor manera de influir en los demás; es la única". Y esto no va de poder, sino de autoridad. Y la autoridad se gana de abajo a arriba, no se convence, sino que se persuade, y se persuade desde el ejemplo.

Por último, el servicio a los demás. Solo será un gran líder el que se muestre ante los demás como un profesional con capacidad de servicio. 



Antes de despedirnos me dio un último consejo; ante todo, sé auténtico. La autenticidad, me dijo, no se puede imitar, ya que la impostura salta a la vista. El liderazgo auténtico, que tiene más de servicio que de poder, es la única vía para que un proyecto se mantenga vivo, no decaiga, no se apague.

domingo, 6 de febrero de 2022

CAMBIAR O NO CAMBIAR. ESA ES LA CUESTIÓN

 “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”


-Albert Einstein-



En una entrevista en TV el otro día al Cholo, le escuché una nueva forma de decir la frase de Einstein tan famosa que encabeza esta entrada.

Contaba que jugando con Maradona (casi nada), durante un tiempo y en bastantes ocasiones le dio por tirar desde una posición alejada y siempre con un resultado pésimo en cuanto al objetivo de marcar. Tras intentarlo de nuevo, Diego Armando se le acercó y le preguntó si se había acercado a su objetivo alguna vez en el pasado, a lo que respondió que no, ni de largo; sabiamente le dijo, entonces, ¿por qué sigues intentándolo de esta manera una y otra vez? ¿no entiende, boludo, que siempre fracasará en su meta?

Creo que si preguntáramos a nuestro entorno, todo el mundo nos indicaría que si algo hay seguro en esta vida, eso es el cambio. Cambian las personas, el entorno, las situaciones, el universo, todo, todo cambia.

Pero, aun así, el ser humano sigue resistiéndose al cambio. Y gastamos mucha energía en conservar el status quo, nos resistimos al cambio y preferimos que si algo o alguien tiene que cambiar, que sean los otros.

Lo que no sabemos es que si el resto cambia, de manera relativa nuestra posición ha cambiado. Siempre digo que mientras nosotros dormimos, otros estudian, mejoran, piensan, venden, ahorran, optimizan...

La famosa zona de confort nos engaña constantemente, dándonos la falsa sensación de seguridad, mientras que lo que verdaderamente ocurre es que cuanto más tiempo pasamos sin explorar el exterior, nuestra posición peligra por una peor preparación para responder ante ese entorno cada vez más incierto y hostil.

Nuestro cerebro no está preparado para empujarnos hacia el cambio; está programado para mantenernos vivos (cuestión de supervivencia) y también quiere optimizar recursos economizando al máximo la energía consumida (los hábitos son los que permiten ese ahorro energético).

Por todo, y conociendo estas funciones de programación, podemos ir entendiendo lo que nos supone a todos hacer algo nuevo, distinto. Cuesta más que rellenar una solicitud. El cerebro sabotea cualquier indicio o intento de cambiar. Hará todo lo posible por quitarnos de la cabeza cualquier intento de cambio en hábitos, formas de hacer, caminos que explorar...

Los cambios nos traerán recompensas, en el mejor de los casos, más allá del corto plazo, por lo que la mayoría de las veces acabaremos demostrando lo buenos que somos en el arte de la procrastinación.

Dicen que el cambio viene precedido de acallar al cerebro y comenzar a escuchar al corazón. El corazón puede ser considerado el hogar donde habita la intuición, y ésta no es sino una sabiduría que sale de nuestro interior y la que realmente conoce lo que necesitamos. A veces buscamos fuera un consejo cuando dentro tenemos nuestra mejor brújula; normalmente le damos la espalda, pero solo con una escucha activa de nuestro yo, encontraremos mensajes que nos activaran para no congelar nuestro destino.

La búsqueda de la tierra prometida, el cambio, pasa por la actitud (dicen los que saben que multiplica), conocernos a nosotros mismos, saber en cada momento cómo nos sentimos, implicarnos en lo nuevo conociendo que los cambios dependen de nosotros mismos, y confiar en lo que somos capaces de alcanzar mediante un buen plan, una buena organización y poniendo el foco en la ejecución. 

No creáis a los que os digan que la respuesta está en el exterior. La medicación, como la consultoría solo ayuda para salir del bache, pero la continuidad de lo conseguido y el mantenerse en la cima solo depende de lo que tú hagas, todos los días, sin dejarse llevar o escondernos en ese cobertizo entre paréntesis "seguro".

Para terminar, atendiendo a un amigo buen conocedor de cómo debemos reinventarnos de continuo, nos instó a escapar de cualquier pensamiento negativo, ya que normalmente la realidad se nos pinta más negra de lo que es. No enfocarnos en nuestras carencias, en lo que nos falta para ser o para llegar, o en aquellas experiencias que salieron mal y que nos proyectan escenarios catastróficos, sino orientarnos en lo positivo nos permitirá ver el cambio como lo único que nos llevará hacia una situación positiva, de éxito.




Sus consejos finales se pueden resumir como sigue.

Focalízate en:

- lo que tienes, no en lo que te falta.

- en lo que sabes, no en lo que no sabes.

- en tus luces, y no en tus sombras.


Y sobre todo, cree en el cambio y no te dejes vencer por la impaciencia y una falta de organización para hacer, afrontar, mantener y completar los retos que te propongas.