"No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada.
Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias.
Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos.
Pero el que decide es nuestro carácter"
José Ortega y Gasset (1883-1955)
Filósofo y ensayista español
Se habían quedado solos después de una jornada en familia. Cada hijo había vuelto a su casa, con los suyos.
Pili y Jaime, los abuelos, sentían como la casa se vaciaba de vida una vez el fin de semana llegaba a su fin, y solo esperaban ansiosos, desde que el contador se ponía a cero, que el sábado siguiente llegara para volver a recuperar el ruido, el bullicio y el soplo de vida que tanto nietos como hijos regalaban tras la semana laboral, cada uno en su casa y en su trabajo o escuela.
Pili le recordó la belleza del viaje de la vida, y cómo con las mismas circunstancias solo mediante el aprendizaje de elegir y haciendo ante lo mismo diferente era posible no solo estar, sino ser.
Le llevó de la mano a una maceta en la que había plantado dos guisantes de la misma vaina. Misma madre, misma tierra, mismo agua, mismo sol.Igual que los guisantes, recordaron a los gemelos que tuvieron que emigrar separados a Bélgica. Separados tras el divorcio de sus padres y volviendo a su tierra, cada uno con el que le había tocado sin en ese caso ellos disponer de la capacidad de decidir con quién emprender su futuro, incierto y nuevo.
A partir de entonces. Dos vidas diferentes, muy diferentes. Y hoy, solo uno por desgracia vive porque el otro no pudo ni siquiera soportar donde la vida le había ido posicionando, o tal vez fue su forma de afrontar la misma.
"El vértigo a decidir".- le dijo Jaime.
Se sentaron en la mesa camilla, con un flexo que iluminaba la zona y les permitía leer, juntos, como les gustaba rematar cada noche, en especial los domingos.
Esta vez Pili volvió a abrir la caja con las cartas de la madre de los gemelos, Chloé, que así se llamaba, y volvió a coger la carta en la que una mamá rota hablaba de cómo, según ella, dos vidas se habían distanciado tanto aún viviendo en unas circunstancias semejantes, llegando incluso a acortar el tiempo que la vida le había regalado, a uno de ellos, en este mundo.
Chloé tenía claro que uno había elegido ser esclavo, y el otro libre. El primero se arrastraba y el segundo volaba. En cada día, en cada cruce de caminos se podía decidir vivir un momento estándar o uno mágico, sonreír o poner cara de pocos amigos. Uno siempre era amable, el otro no. Y el primero decidió ser protagonista de su historia mientras que el segundo decidió ser víctima de lo sucedido.
Recordaron a la victima, esclavo de las circunstancias, vacío de proactividad, siempre en modo reactivo. Privado de libertad de motu proprio. Distante en lugar de cercano, cobarde en lugar de valiente. Nunca atendiendo a un territorio desconocido. Prepotente y alojado en una continua queja, y nunca viviendo como su hermano experimentando el crecimiento a través de la gratitud, la unión, la sabiduría y el amor.
La madre describía al primero como representante de la esperanza y la alegría en contraposición de la desesperanza y la amargura del segundo. Era vivir en contra de sobrevivir, actuar en función de sus capacidades reales en lugar de unas aparentes, un yo virtual que nada tenía que ver con lo que realmente era.
El primero, rezaba, había encontrado la magia fuera de su zona de confort. Y su actitud de estar abierto siempre a la magia hacía posible lo imposible. Y eligió ser competente, lo que le daba la capacidad continua de superación.
En cambio, el segundo dificultaba que otros salieran adelante, acumulando resentimiento que dañaba su organismo. Qué distinto elegir ayudar a los demás a superar los obstáculos que el camino nos propone, escribía Chloé, y perdonar, amando al prójimo, cultivando la escucha de lo que tus semejantes necesitan.
Y qué distinto encaraba el primero del segundo el error. Uno aprendía de él, el otro lo convertía en fracaso. El primero sabía que solo podía cambiar si aprendía del error y se dejaba arrastrar por la desesperanza. Y eligió que la manera de interpretar la caída era como una lección que le permitía ayudarse a sí mismo en lugar de lo que le ocurría a su hermano al decidir que el error le anulaba para volver a intentarlo.
Pili cerró la caja y miró feliz a Jaime. Feliz de repasar a sus hijos y a sus nietos, y recordar que habían creado una familia que se sabía y se sentía responsable en cómo definía lo que les pasaba. Qué se decían ante lo bueno, y ante lo malo. Que creía y tenía fe, a conciencia de que eso era decidir, teniendo certeza de que algo existía o era verdad aun con muchas evidencias en su contra.
Pensaron en Julia, la pequeña de la casa, y cómo cuando no le salían bien las cosas a la primera, a la segunda, o no sabían cuantas veces lo seguía intentando de manera diferente, una y otra vez. Y cómo les presentaba la obra tal y como ella lo había soñado.
Ilusión y entusiasmo, como el primero de los gemelos.
Y hablaron de Abel, siempre futurista y soñador, con predicciones que le inspiraban en diferencia del pesimismo del segundo gemelo hundido por lo que vendría después, interpretando su pasado y sus decisiones de ayer por lo que era hoy, y lo peor, por lo que sería mañana. Viviendo como esclavo y no en libertad, sin cadenas.
Estaban orgullosos de cómo habían vivido. No se identificaban con ese personaje que controla la vida desde el ego. Y siempre se preguntaban para decidir si buscaban resultados o excusas. Bendecían o maldecían. Su actitud y respuesta a lo que les ocurría había sido positiva o negativa, y si cuando se comunicaban con sus hechos o sus consejos con sus hijos lo habían hecho mediante un lenguaje que los inspiraba, los apoyaba y les habían transmitido confianza e ilusión por avanzar en la vida.
Y pensaron en su vida social y laboral. Cómo habían visto siempre un potencial amigo y no un enemigo. Un potencial colaborador en lugar de un rival. Y en el negocio, un competidor que les había ayudado a crecer en contra de un rival al que tenían que vencer y eliminar.
Habían adquirido el hábito de eliminar el enfrentamiento, superar la división y rivalidad transformando su forma de vida en continuos encuentros e interacciones que les enriquecían.
Habían vivido en la firmeza, y nunca huyendo en estampida. Abiertos a lo nuevo, a la aventura, y nunca escondidos en la comodidad. Porque habían preferido responder a reaccionar, elegir fuera de los dominios del ego, creando, manifestando, produciendo valor. Y cuando no salía algo, como Julia, intentándolo una y otra vez, pero de manera diferente para cambiar el resultado de la ecuación.
Pero volvieron a recordar cómo el segundo de los gemelos se había autodestruido. Veía problemas donde su hermano veía oportunidades. Adversidad vs lecciones. Y lo que para el primero era un peldaño catalizador de crecimiento, para él un obstáculo insalvable.
"Progresar es resolver con creatividad".- dijo Pili en voz alta.
Porque mientras unos ayudan a buscar soluciones otros empeoran siempre el problema existente. Unos prestan atención en los detalles, otros hacen todo de cualquier manera. Están los que viven en una situación de presencia plena mientras otros navegan por la vida distraídos.
Se dieron la mano. No les quedaba mucho. Pero vivían aquí y ahora. Amaban lo que habían hecho, lo que hacían, y sobre todo, amaban tanto lo que les gustaba hacer como lo que tenían que hacer. Porque lo difícil es hacer con pasión lo que se debe hacer, no solo lo que nos gusta o nos apetece. Siempre se habían interesado por lo que afectaba a los demás, descubriendo la compasión, y cuidaban del resto de manera altruista.
Y eso les había permitido vivir relajados y no tensos. Liberados de una tensión que no es otra cosa que expresión de resistencia y anulación de una apertura a lo nuevo que el mundo brinda como primicia al que lo busca.
Y recordaron como era una delicia estar con el gemelo primero y un infierno con el segundo. Sereno, confiando, y poniendo límites cuando se requería, pero sin el ánimo de condenar sino para corregir y hacer que la otra parte mejorara.
Jaime recordó cuando había tenido que hablar con su nieto, el del mayor, tras una frustración deportiva en el cole. Hablaron sobre el cambio y la toma de decisiones. De cómo cambiar el rumbo siempre es posible si cambias la decisión ante lo que ocurre, sin depender de las circunstancias, ni del talento, ni del conocimiento ni de la experiencia, sino simplemente decidiendo hacia donde te quieres dirigir.Estaban convencidos que no habían sido esclavos del tiempo, ni del mar, sino que cómo habían interpretado las condiciones, y cómo habían decidido navegar prediciendo su futuro, y cambiando el rumbo cuando el futuro no había sido el soñado.
Miraron un rato los guisantes. Uno había crecido como protagonista, el otro se retorcía canijo como victima. Ambos tenían la misma madre, la misma tierra, la misma agua, el mismo sol. Pero por lo que fuera, uno había elegido crear, crecer y el otro sin saber por qué marchitarse y morir...