"El arte del descanso es una parte del arte de trabajar"
John Steinbeck (1902-1968)
Escritor estadounidense
Ana le preguntaba durante el año el motivo por el que no escuchaba nunca. No sabía explicárselo, pero el ruido no dejaba que nada entrara en esa cabeza solo pendiente de la rueda interior que no paraba de girar.
Por suerte, llegaron las merecidas vacaciones, y no menos necesarias.
Estaba sumido en una etapa compleja, además, en general el mundo en el que se movía era cada vez más acelerado y competitivo.
Todo era inmediato y el día a día empezaba a tumbarle a través de un estrés crónico al que no le daba importancia; entiendo que ni siquiera era consciente.
Su mujer sí lo detectaba, pero no se atrevía a volver a sacar el tema. Recordaba aquella ocasión, en aquél parador tan tranquilo en la que pasaron el fin de semana, por receta de sus hijos. Todo iba bien hasta que el asunto salió a la palestra, en el viaje de vuelta. Cualquier atisbo de recuperación saltó por los aires. Y ella no quería ser nuevamente la herramienta de ignición de su malestar.
Las vacaciones, esta vez, no eran un capricho. Y el ruido, como él lo definía, había llegado a decibelios mentales nunca alcanzados con anterioridad.
Necesitaba parar, desconectar de su rutina laboral, e invertir tiempo en ellos; en su mujer y en sus hijos.
Y apagar el ruido, por supuesto.
Salió hacia la costa; pero esta vez una costa diferente, sin mucha gente, y dentro de un parque natural. Se alejarían del mundanal gentío en una zona poco masificada, y sobre todo, cada día para llegar al mar deberían ganarse estar solos, a excepción del mundo animal marino, la posidonia mediterránea y ellos; eso sí, cuando tocaba explorar lo que les rodeaba en el agua, cada cual lo hacía a su ritmo y donde le apetecía, solos, o en grupo, cerca o lejos, compartiendo y conversando con la fauna y la flora. Apartados de toda sinfonía humana que perturbara el merecido descanso de lo nocivo, eliminando el ruido. Cualquier cosa menos problemas que ya tocaría afrontar cuando todo el "reset" hiciera su trabajo.
Y empezaron a notar como el nivel de estrés se iba reduciendo. Su presión arterial era inferior. Y mejoró la calidad del sueño, sin preocupaciones, con un estado de ánimo mejor que los preparaba para afrontar nuevos vínculos sociales y vivir experiencias nuevas percibidas como regalos.
Y psicológicamente todo mejoraba también. Era una recompensa por el esfuerzo del año, o así lo entendía él, mientras el ruido cesaba. Descanso muy merecido que aumentaba su autoestima. Elegían libremente qué hacer, cuándo, y con quién. El amplificador iba remitiendo y poco a poco las actividades resultaban en la familia más placenteras; la verdad, hacían juntos lo que era impensable en el día a día laboral, con tanto quehacer y actividades individuales tanto por trabajo como en el caso de los hijos, por estudios.
Detectó que las ruedas de la cabeza dejaban de girar, no ejercían como turbinas irascibles, y pudo disfrutar de una situación de sordera que le acercaba a una situación de total felicidad y a un bienestar general como no le había ocurrido en tiempo.
Había cambiado ruido por silencio. Y eso era el plan.
Tras la vuelta de la costa tocaba unos días en la sierra, lo cual asentó la mejora y consolidó el estado de bienestar sordo provocado en la etapa anterior.
No fue un simple descanso de trabajo y responsabilidades. Fue una inversión en salud y bienestar. El no ruido había provocado beneficios físicos, mentales y emocionales. Sabía que ese año las mejoras perdurarían mucho después de que las maletas descansaran vacías en el armario esperando nueva oportunidad y/o las fotos estuvieran archivadas en su correspondiente año/carpeta en el disco duro elegido para la función.
Recordó momentos mágicos y reconstituyentes como la hora snorkel en la cala Tomate, la visita a la famosa playa de los Muertos, baños, cenas, paseos y algún que otro helado en San José, Genoveses, Las Negras, el paseo con vistas al Arrecife de las Sirenas; y los días vividos en plena naturaleza con buena gente, entre robles, pinos y sabinas, haciendo una pequeña parte de la ruta del Cid, conociendo Albarracín, Bronchales, el Santuario de la Virgen del Tremedal, el castillo de Peracense y rematando en Ródenas con una buena comida para retomar fuerzas y volver al hogar con la tarea bien cumplida.
Ya en casa, repasando lo vivido y comentando la jugada con los suyos, se consideraba preparado en cuerpo y mente para enfrentar los retos y desafíos que la vida cotidiana le reservaba, ahora sí, con claridad, energía, vigor y vitalidad.
Y sobre todo, con la ausencia en su interior de cualquier resquicio de RUIDO.