"La soledad se admira y desea cuando no se sufre,
pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente"
Carmen Martín Gaite (1925-2000)
Novelista española
Volvía a casa tras un día bastante agotador. Sabía que era un fin de ciclo. La visita había dejado sin energía a Rodrigo, abatido, y con la ilusión bajo mínimos porque era la que cerraba un proyecto de lo más negativo que recordaba en años.
Y es que está claro que o ganas o aprendes, pero en esta ocasión lo crecido y aprendido no tenía ninguna relación con lo sufrido y si sus cuentas no fallaban, lo económicamente perdido.
Había apostado muy fuerte por esa nueva tecnología y sin lugar a dudas, tras lo acontecido, cada vez le encontraba más sentido al sueño recurrente que últimamente lo despertaba sobresaltado, sudando, sin entender el por qué, pero recordando que alguien hace tiempo le había puesto ese ejemplo; aunque lo recordaba como muy lejano, al principio de su primera etapa laboral...
"Montado en la bicicleta, con el maillot de su empresa, decidía atacar y disponer un ritmo mayor para lograr llevarse la etapa, pero sabiendo que necesitaba todavía antes de la última subida a varios de su equipo con él.
Estaba contento, porque intuía que iba dejando fuera del grupo a los principales competidores, pero de repente, tras seguir luchando por mantener esa velocidad de crucero impuesta mediante una mezcla de ilusión, fuerza, innovación y un elemento de estrategia diferencial que había conseguido pillar al adversario fuera de sitio, miraba hacia atrás tras hacerse un silencio absoluto, y se daba cuenta que nadie le seguía, ni los suyos, por lo que se encontraba solo. Solo. Muy solo.
Sabía que era un proyecto de equipo y que en los siguientes kilómetros, y sobre todo la última subida, necesitaba de varios perfiles especialistas para rematar el reto.
Y no era simplemente correr como el que más, ser el más rápido, como si de un sprint individual se tratara; todos eran necesarios."
Así era como se sentía tras resumir el auténtico desastre de su proyecto fallido.
Pensó que había dedicado tiempo a recabar información, y no era solo intuición lo que le había tentado a meterse de lleno en el proyecto. Además, también le había fallado el cálculo de la involucración del equipo. Si preguntara en qué estaban metidos, y por qué habían fallado, incluso pensaba que algunos le dirían que no sabían de la apuesta ni la importancia del mismo para el conjunto de la empresa.
Rodrigo vivía engañado incluso en cuanto al clima que se respiraba en el equipo. Mientras pensaba que todo iba sobre ruedas, cada vez más, los corrillos y los mini-grupos de WhatsApp criticaban la obra y las diferentes decisiones/acciones siendo más frecuentes y notorias mientras el proyecto iba avanzando.
Ahora recordó que cuando se quedaba solo ante el peligro, esos momentos de bloqueo que habían terminado con alguna que otra huida hacia delante, dos de sus colaboradores le habían indicado que en lugar de seguir sin más, tendría que haber compartido los desajustes, los fracasos, las caídas y pocos logros de alguna de las fases, y haber dejado que otras figuras hubieran tomado el mando en esas tareas en las que él se necesitaba solo como facilitador o ni siquiera debería haber aparecido.
No había difundido lo suficiente, al inicio, la filosofía y el camino que quería recorrer con el equipo, y ni siguiera los motivos de importancia que le llevaban a abordar este nuevo proyecto.
Incluso, ya más tranquilo, se dijo a sí mismo que había dedicado mucho tiempo a fijar objetivos, pero de una manera muy individualista. No eran objetivos compartidos, y en verdad, esto había ocurrido principalmente por su culpa y por no haber sabido planear y generar un buen trabajo en equipo desde la concepción de los mismos. No era su proyecto, de él, sino su proyecto, de ellos; Y esto significa que desde que se engendró la idea debía de haber dejado participar al núcleo principal que sabía desarrollarlo, ejecutarlo y seguirlo para evitar haber acabado pedaleando en solitario. O incluso habrían decidido no emprender el reto.
Salió al día siguiente, pues era sábado, a darse un paseo por los aledaños de su localidad con la bicicleta. Esta vez iba solo porque no necesitaba a nadie, y no era un sueño. Necesitaba seguir pensando el motivo por el que había seguido, pensando que todos le acompañaban, desarrollando una huida hacia delante de un proyecto que no era el de todos, sino que estaba predestinado a no culminarse y lo peor, él era el único que no lo veía.
Y nadie le avisaba. Simplemente se rendían, y se retiraban...
Se quedó, como conclusión, con algo más que una mera reflexión tras el paseo. Y se repitió que no dejaría nunca que pasara otra vez más antes de embarcarse en otros retos, ya que por su forma de ser, haberlos los habría. Decidió mientras pedaleaba que era fundamental dedicar mucho tiempo a conocer a su equipo. Y que su equipo lo conociera a él, para que ante cualquier reto nuevo, unos y otros pudieran compartir en confianza todo lo que se necesitaba para afianzar los objetivos y sobre todo recorrer un camino basado en la confianza que nunca sería sencillo, sino todo lo contrario. Pero deberían recorrer todas las etapas juntos, tanto en los momentos buenos como los no tan buenos, y el ecosistema debería cultivar que a nadie sin previo aviso se le ocurriría dejar en la estacada al resto, a no ser que se comentara y se acordara en cualquier parada o punto de inflexión del mismo.
Sí habría nuevos intentos de dejar el pelotón, pero juntos. Sí se debería tratar de generar una diferenciación, ya fuera de producto, de estrategia, o de gestión, perdurable y de valor, pero atendiendo a las capacidades y a lo que el equipo diseñara y creara.
"Nunca más pedalearía solo, por su bien y el de su empresa".- pensó Rodrigo mientras que colgaba la bici en el soporte del garaje.