"El que no cree en la magia nunca la encontrará"
Roald Dahl (1916-1990)
Escritor británico
8/12/2017
Allí estaban, Jaime y Jorge, sentados en el banco del parquecillo situado enfrente de la casa de los abuelos de Jaime, cabizbajos y sin muchas ganas de jugar, esa tarde de viernes, tras haber tomado la merienda que su abuela, como siempre, les preparaba cada semana.
"Se pondrá bien".- Le decía Jaime a su amigo con los ojos rasados de agua.
Y es que la noticia del problema en los ojos de su hermano Daniel no era para menos. Era difícil entender cómo el supuesto herpes facial había provocado tanto daño en la vista de Dani, pero su hermano mayor no era de los que se quejaba por nada y el daño le había dejado sin conducir, no podía hacer los trabajos a ordenador, ver la tele y ni siquiera escribir. Había sido todo muy rápido, pero su pérdida de fe en la Navidad se veía reflejado en esa pérdida de visión.
No sabían nada de su padre desde hacía tiempo y su madre, tras echarse la casa a sus espaldas, sólo tenía tiempo para trabajar; por las mañanas en la casa de la señora Paquita, y por las tardes, en esa empresa de publicidad, echando unas horas extras repartiendo panfletos por las casas sin mucho tiempo para cuidar de sus hijos, por un lado, y tampoco para gestionar el papeleo, necesario para que su hijo mayor se incluyera en la lista de espera de receptores de córnea del sistema general de donantes del sistema sanitario.
Era un tema de falta de fe, pero el médico de familia le había diagnosticado un problema en sus dos ojos. La verdad, todo era borroso para Daniel.
Era un tema de falta de fe, pero el médico de familia le había diagnosticado un problema en sus dos ojos. La verdad, todo era borroso para Daniel.
Jaime lo sabía, y su pro-actividad, a pesar de tener sólo 9 años, no iba a dejar sólo a su amigo Jorge con el problema de su hermano. Además, nunca permitiría que Jorge (como le había pasado a Daniel) dejara de creer en la magia de la Navidad, tema que el viernes anterior ya había salido a la palestra, y no estaba dispuesto a que su amigo perdiera la fe en algo que él, desde pequeño, había comprobado que casi siempre se cumplía. Y es que sólo un año le habían fallado los Reyes Magos, cuando no le dejaron bajo el árbol la bicicleta que había pedido en su carta; pero como sus padres le habían explicado por entonces, seguramente todavía no la necesitaba al tener otra sólo desde hace dos años, y no haber crecido lo suficiente para cambiar a otra mayor.
Entonces, viendo al señor del quiosco, sacar los globos rellenos de helio y colgarlos en el gancho lateral del chiringito, como todos los viernes, y recordando la historia de los globos mensajeros que le había contando su padre la noche anterior, antes de dormir, ya en la cama, se le ocurrió una gran idea.
Los ojos de su amigo se iluminaron cuando Jaime le indicó que, creyendo en la magia de la Navidad, y estando ya en el mes de Diciembre, tan cerca de la fiesta, era imposible que el deseo que colgaran de ese globo mágico no se hiciera realidad.
Miró los dos euros que guardaba en el bolsillo. Era para el sobre de la colección que compraba con la paga de los abuelos; pero esta vez no aumentaría la colección, se dijo, agarró las monedas con fuerza y saltó del banco hacia el puesto de "chuches". Jorge le siguió en cuanto pudo reaccionar y tomando una hoja de la libreta se dispusieron a escribir su deseo, lo metieron en un sobre de cromos que encontraron justo al lado del puesto, en el suelo (que esta vez abrieron con mimo, pese a los nervios) y atándolo a la cuerda del corazón, ésta era la forma que tenía el globo elegido, inmediatamente lo soltaron mientras mantenían los ojos cerrados con fuerza y en sus cabezas repetían el deseo que anteriormente habían escrito en la hoja que ahora volaba en el corazón de helio hacia el cielo.
"Seguro que se cumple".- le dijo a su amigo mientras le apretaba las dos manos con mucha determinación.
"Seguro".- Se repitió hacia sus adentros.
JuanJo no había tenido tiempo, hasta esta mañana fría de Domingo, para coger la escalera y alcanzar el globo pinchado rojo/gris que se había quedado enganchado la semana pasada del abeto del jardín.
Era el Responsable de Oftalmología del Hospital Central y antes de vacaciones, había tenido que ampliar la semana hasta el sábado por la acumulación de operaciones y por temas de bajas, le había tocado hacer la guardia del primer día del fin de semana.
Siempre, este abeto, era el elegido para decorar como árbol de navidad y la estrella que lo coronaba, que habían estrenado este año tras encaprichársele a su hija Carmen en la excursión a Madrid que todos los años hacían para ver las luces de Navidad, había sido la causa de que ese feo globo (o eso pensó en el primer momento JuanJo) se quedara atrapado. Le llamó la atención la forma del mismo, al acercarse mientras subía los peldaños de la escalera, esa bendita forma de corazón le insuflaba amor de una manera misteriosa. Se puso un poco nervioso porque no sabía el motivo de las sensaciones que le irradiaba este objeto. Algo bueno le esperaba, pensó.
No le estaba siendo fácil desenredar la cuerda, cuando vio que de la parte final de la misma, colgaba un sobre de cromos, muy parecido a los que "juntaba" su sobrino Emiliano. Tiró con cuidado y descubrió una hoja doblada que abrió con curiosidad, no disimulando en su rostro un semblante de asombro mientras leía lo que rezaba la misiva escrita con algunos fallos ortográficos y con letra de niño:
"El hermano de JOrge se esta quedando ciejo. Necesita unos papeles para corne__a en sus ojos. Este es un mensaje para la magia de la Navidad, Papa Noel o los Reyes Magos y un deseo que se cumple.
Vive en Alcazar, calle SanSebastian 143
Ven pronto a curar, somos su hermano y su amigo"
Inmediatamente bajó la escalera y se dispuso a cambiarse, en su habitación, con el traje de Papá Nöel, el cual estaba preparado, como todos los años, para la visita que siempre hacía vestido con este disfraz a la planta de pediatría del hospital donde trabajaba.
Le explicó a su mujer que un mensaje de la mismísima Navidad le había adelantado su visita, y sobre todo, le había cambiado el lugar en el que necesitaban estas fiestas de su presencia. A saber, en esta parte, que JuanJo tenía el pelo canoso y muy grueso desde hace unos años, y siempre se dejaba la barba larga desde el final de las vacaciones de verano, para que los niños siempre creyeran de la realidad del Papa Nöel que les visitaba. Vamos, que se metía en el papel.
En un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme...
Condujo disfrazado durante dos horas y llamó a la casa, en la dirección que indicaba la hoja del globo, y cuando se abrió la puerta, el pequeño Jorge, viendo entrar en su casa al mismo Papá Nöel, se quedó petrificado y no articuló palabra. Simplemente señaló hacia una puerta entreabierta, la cual era de la que su madre, para que Daniel no tuviera que subir escaleras, había preparado para la comodidad de su hermano.
El diagnóstico fue rápido. Según Juanjo, tras examinar minuciosamente los ojos de Daniel, no encontró defecto físico alguno que necesitara tratamiento, ni menos un trasplante. Pero lo mágico, emocionante y grande, según luego comentaba tanto el chico como su madre, la cual se arrodilló ante la cama, cogiendo la mano izquierda de su hijo con sus dos pequeñas y suaves manos, fue que poco a poco, de manera milagrosa, la imagen borrosa de un hombre deforme vestido de rojo pasó a ser una nítida imagen de un señor, pero no cualquiera, sino el mismísimo Papá Nöel. Veía de manera clara, como antes. Antes de que perdiera la fe en la Navidad.
JuanJo salió hacia casa, con la tranquilidad de haber realizado un buen trabajo, ¡cómo que buen!, su mejor trabajo del año, mirando el reloj y lleno de energía para incluso llegar a tiempo a la planta de pediatría donde le esperaban los niños malitos, como todos los años.
En cuanto a Daniel, sólo había una explicación: su falta de fe en la magia de la Navidad, le había ido dejando sin visión en la vida real, pero en cuanto volvió a creer, su visión se recuperó de manera automática.
Por todo, amigo, nunca dejes de creer, ni en ti ni en los tuyos, y deja que la Navidad inunde vuestras casas y sobre todo, vuestros corazones. De esta manera, nunca perderás la visión.
Le explicó a su mujer que un mensaje de la mismísima Navidad le había adelantado su visita, y sobre todo, le había cambiado el lugar en el que necesitaban estas fiestas de su presencia. A saber, en esta parte, que JuanJo tenía el pelo canoso y muy grueso desde hace unos años, y siempre se dejaba la barba larga desde el final de las vacaciones de verano, para que los niños siempre creyeran de la realidad del Papa Nöel que les visitaba. Vamos, que se metía en el papel.
En un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme...
Condujo disfrazado durante dos horas y llamó a la casa, en la dirección que indicaba la hoja del globo, y cuando se abrió la puerta, el pequeño Jorge, viendo entrar en su casa al mismo Papá Nöel, se quedó petrificado y no articuló palabra. Simplemente señaló hacia una puerta entreabierta, la cual era de la que su madre, para que Daniel no tuviera que subir escaleras, había preparado para la comodidad de su hermano.
El diagnóstico fue rápido. Según Juanjo, tras examinar minuciosamente los ojos de Daniel, no encontró defecto físico alguno que necesitara tratamiento, ni menos un trasplante. Pero lo mágico, emocionante y grande, según luego comentaba tanto el chico como su madre, la cual se arrodilló ante la cama, cogiendo la mano izquierda de su hijo con sus dos pequeñas y suaves manos, fue que poco a poco, de manera milagrosa, la imagen borrosa de un hombre deforme vestido de rojo pasó a ser una nítida imagen de un señor, pero no cualquiera, sino el mismísimo Papá Nöel. Veía de manera clara, como antes. Antes de que perdiera la fe en la Navidad.
JuanJo salió hacia casa, con la tranquilidad de haber realizado un buen trabajo, ¡cómo que buen!, su mejor trabajo del año, mirando el reloj y lleno de energía para incluso llegar a tiempo a la planta de pediatría donde le esperaban los niños malitos, como todos los años.
En cuanto a Daniel, sólo había una explicación: su falta de fe en la magia de la Navidad, le había ido dejando sin visión en la vida real, pero en cuanto volvió a creer, su visión se recuperó de manera automática.
Por todo, amigo, nunca dejes de creer, ni en ti ni en los tuyos, y deja que la Navidad inunde vuestras casas y sobre todo, vuestros corazones. De esta manera, nunca perderás la visión.