"Sólo los buenos sentimientos pueden unirnos,
el interés jamás ha forjado uniones duraderas"
Auguste Comte (1798-1857)
Filósofo francés
Tuve la suerte de conocer a Antonio en una cena solidaria hace algo más de dos años. Antonio tiene mucha experiencia en fusiones y adquisiciones, pero en general podríamos decir que su éxito se ha basado en saber integrar culturas y evitar siempre, en todo caso, que el proceso pierda valor al final del camino.
El tema de la integración es un asunto que me preocupa últimamente, y por qué no decirlo, me ocupa, por lo que aprovechando que volvíamos a coincidir me lancé a charlar un buen rato con él el otro día.
Quería saber cuándo era viable o había que buscar una alianza, una fusión o una adquisición y Antonio me contestó que principalmente, cualquier alianza o integración debía tener sentido estratégico y sentido financiero. En definitiva, hay que asegurarse a priori que este tipo de proceso creará valor.
Para ello, la clave, me decía, es la capacidad de combinar las culturas corporativas, pero no de lo que aparece escrito en la web de la compañía, sino de la que emana de los comportamientos diarios dentro de la casa.
"Y para ello, tenemos que tocar pelo".- me decía Antonio. "Cómo me relaciono con mi jefe, cómo tomo las decisiones, cómo me comporto con el cliente cuando no hay una regla escrita."
Por tanto, no dudes en no continuar si desde el principio ves que la cultura es muy distinta entre empresas que pretenden emprender algo juntas, porque este hecho derivará en una integración ardua complicada, por no decir fallida o imposible.
Me indicó que siempre estudia muy bien el organigrama, pero para conocer la cultura no puedes verla desde fuera, sino que tienes que estar inmerso en el día a día. Trabajando con la empresa, desde dentro, en un mes puedes ver el trato y el respeto a las personas, si las decisiones son centralizadas o distribuidas por departamentos/niveles, etc...
Tenía claro que el equipo directivo y el CEO marcan la cultura corporativa. La visión marca el camino, y ésta no se obtiene por consenso. De la visión se establece una estrategia, y de la estrategia emanan los valores corporativos (lo que se puede hacer y el cómo se hace) y esto redunda en la forma de dirigir del equipo directivo.
Me resaltó que la cultura está en el ADN de la empresa. Por eso es tan difícil cambiarla. Y ojo con las recompensas y/o las penalizaciones de los comportamientos dentro de la empresa, ya que son los auténticos mensajes de la verdadera cultura, y por desgracia, pocas veces tienen que ver con lo escrito (copiado y pegado) en nuestra propaganda en redes, web y cartelería distribuida en oficinas centrales, salas de reuniones y otros emplazamientos estratégicos.
Me quedé con que la autenticidad de la empresa es indirectamente proporcional al gap entre lo escrito y como se actúa en nuestro día a día.
Antonio cambió de tercio y me explicó que una vez visto que la integración creará valor, se debe centrar los tiros en el diseño nuevo organizativo y lo más importante y delicado, el ajuste de las personas a los cargos generados por ese nuevo diseño.
Y aquí empieza el verdadero problema desde la perspectiva de las personas y el talento, sobre todo cuando el mismo resulta que no es deficitario, sino que hay mucho y bueno.
Decidir quien lidera un departamento cuando hay dos que están muy preparados para el mismo no debe hacerse a la ligera. Se trata de primero decidir bien, asegurándose que tienes información suficiente para que sea objetiva la decisión final. También es necesario reflexionar sobre los impactos que la misma tiene. Y luego tras tomarla, ejecutarla y comunicarla. Siempre es difícil porque afecta a personas y por ello, para decidir este tipo de cuestiones se debe añadir una gran dosis de sensibilidad.
Y ojo con equivocarse y no rectificar porque nuestro ego no nos lo permite. A veces, eliges una persona para un puesto, y te equivocas. Se trata de revocar el error, cambiar, comunicar y rehacer para que todo el mundo deje de sufrir. Y Antonio me volvió a comentar que tenemos que dejar a las personas en un estado que puedan mirarse a sí mismo al espejo sin agachar la mirada.
Explicar bien, ponerse en el lugar del otro, pero comunicar el cambio y pedir confianza por que los asuntos se irán colocando. Solo el tiempo ajusta los cambios.
"Una integración siempre es una fuente de incertidumbre, y a la vez una fuente de oportunidades".- remató.
En este punto hablamos de confianza, y la conversación nos llevó a la necesaria transparencia para concluir con éxito estos procesos. Y como la confianza debe ser mutua, desde luego que un propósito común ayuda y no poco.
Disfrutamos el debate, eso sí. De la confianza pasamos por la necesaria transparencia y caímos en la necesidad de generar un ambiente de humanidad, porque las conversaciones difíciles también llegan: ceses, cambios de departamento, nuevos jefes, etc...
Me dejó esta joya: "Sabiduría en la decisión, Valor en la acción".
Culminamos la sesión, para mí una completa carga de las baterías, algo tocadas en esta época del año, por cierto, charlando de cómo se preparó para la retirada por motivos de edad (aunque él y yo sabemos que no se retirará nunca).
Sus recomendaciones fueron cuatro:
- Sé frío, objetivo y analiza tus propias capacidades.
- Sal de tu zona de confort, no te limites a tu sector.
- Tómate la decisión con calma, no te precipites.
- Sé feliz. Recuerda que ese debe ser el objetivo final de la vida.
Se despidió y me quedé un rato mientras que lo conversado decantaba en mi interior. Anoté varios temas que me habían parecido interesantes y me dije de escribirlos en la entrada semanal, a modo de recordatorio:
- El éxito de cualquier fusión depende de la capacidad de integrar las culturas corporativas.
- El primer ejecutivo es quien ejemplifica la cultura de la compañía. Visión, misión, valores y comportamientos.
- La cultura debe ser convenientemente defendida, premiando lo que nos gusta hacer y penalizando comportamientos contrarios a la misma.
- Decisiones difíciles. Valentía en la acción, sabiduría en la decisión y transparencia en la comunicación.
Los cambios difíciles de tragar nos abren nuevos retos que afrontar, y la vida no es el final sino precisamente eso, la felicidad que nos provoca el disfrutar del camino.