"Las personas cambian
cuando se dan cuenta del potencial que tienen
para cambiar las cosas"
Paulo Coelho (1947-?)
Escritor brasileño
Volvía de un fin de semana diferente, agotador pero ilusionante, cargado de información y ganas de continuar el proyecto de cambio al que la empresa se estaba enfrentando y que había comenzado allá por el año 2018, y tras un paréntesis de dos años provocado por un efecto COVID inesperado que nos golpeó sin compasión (20 y 21), hoy se lanzaba a nivel internacional con nuestra primera propuesta como expositores en una de las principales ferias de nuestro sector.
No se trata de solo ver venir la ola, que también, sino de prepararse y asegurarse de que seremos capaces de surfearla como se necesita para lograr sostenerse en la tabla, de una manera decente. Afrontar los riesgos siendo capaces de convertirlos en oportunidades; esa es la clave.
Y allí estaba yo; en el avión de vuelta, domingo, conversando con Pilar a través de su libro. Aprendiendo, pensando, disfrutando...
Y me enseñó que la espiral existe, y que de nosotros depende si tomamos el sentido descendente y nos hundimos, o al contrario, el ascendente y superando nuestros miedos, nuestros límites, acabamos avanzando tanto nosotros como nuestras organizaciones a un nivel superior encarado hacia un final de éxito.
Me convenció que estábamos en el buen camino. Nuestra estrategia y cultura estaba virando hacia una actitud de apertura al cambio y a la innovación, sostenible, con un propósito y unos valores que iban más allá de lo financiero, y gracias a un liderazgo humanista que cuidaba de sus profesionales, atendiendo a su seguridad psicológica, su bienestar y su salud profesional seríamos capaces de cumplir con creces nuestros objetivos de crecimiento.
Continué el dialogo con Pilar, pensando mientras leía, leyendo mientras pensaba. Me contó que la mentalidad de cambio se sostenía en tres pilares fundamentales: la intención positiva con acción, el desapego para la acción y la energía necesaria que necesitamos para ejecutar el cambio.
A su vez, la intención estaba abrigada con comprensión, oportunidad, aprendizaje, curiosidad, y mucha, mucha generosidad.
Pensé en mi equipo, y todo lo que habían/habíamos compartido durante esta última semana. Precisamente habíamos afrontado este reto comprendiendo que era nuestro momento, nuestra oportunidad. Habíamos repetido muchas veces que estábamos en modo aprendizaje, la necesidad de ser profesionales curiosos, y no caer en la independencia departamental, sino todo lo contrario, ser generosos y trabajar entendiendo que el éxito estaba basado en una interdependencia de cada uno de los profesionales y departamentos que formamos este proyecto.
Me instó a navegar el cambio conociéndonos primero a nosotros mismos, eso sí, con una intención positiva hacia nuestro entorno.
Y me dejó una perla: "ante los cambios, sustituye el por qué por un para qué".
Y me propuso un pacto para que siempre fuéramos aprendices eternos cambiando el perfil de turista por el de viajero de nuestro viaje más importante que no es otro que el viaje de la vida; de nuestra vida.
Y pasó a hacerme entender la importancia de decir no, de afrontar el desapego, a entender que hay que vaciar la mochila de lo que nos sirvió pero que hoy ya no nos sirve para ayudarnos a continuar en el camino del cambio y llegar a la meta. Me invitó a recorrer y convivir con el miedo, a ganar a mis resistencias mentales con pequeñas batallas, eliminando los viejos hábitos; no será fácil, pero ahí me aseguró que no estaré solo. Justo en este momento apareció en mis pensamientos el equipo, mi equipo; todos y cada uno de los que forman parte de este trayecto desde hace tanto tiempo y que se están dejando la piel para que la carrera continúe.
Y me habló de la energía que necesitábamos para hacer del cambio un hábito, y que fuera sostenible. En ese momento sabía que el reto sería complicado, por lo que necesitaríamos fuerzas para ese desafío. En definitiva, ambos teníamos claro que el éxito de un proceso de cambio no es empezar, sino tener la capacidad de sostenerlo en el tiempo.
Ya en el coche, tras aterrizar y en camino hacia el pueblo, tuve la oportunidad de charlar con mi jefe. Le hablé de Pilar, de su libro, de la semana y del gran equipo con el que habíamos compartido la puesta de largo de nuestra organización en el mapa internacional. Coincidimos que además de tener un buen plan, el contexto en el que nos habíamos movido y nos deberíamos de mover debería ser retador. Pero también acogedor, amigable entre nosotros, bañado de una alta capacitación pero sin desdeñar una alta dosis de solidaridad y generosidad entre los que trabajáramos para conseguir alcanzar los objetivos. Y rematamos aceptando lo que Pilar concluía en el libro, que no era otra cuestión que para sostener el nivel de cambio que nuestro mundo actual requiere era necesario autocuidarnos, celebrar tanto el acierto como el error (en cuanto al aprendizaje que regala) y tener mucho coraje ante un entorno que, como poco, nos tachará de locos.
Confirmo y estoy totalmente de acuerdo que el entorno en el que nos movamos, para mantenernos vivos, tiene que retarnos y debe ser diferente a nosotros. Necesitamos salir más, ver más, descubrir más y rodearnos de situaciones y personas que nos ayuden a pensar diferente y actuar diferente; en definitiva, que nos empujen fuera de donde el oxígeno se acaba y aunque no lo podamos ver (no estamos preparados para ver el cambio exponencial en el que estamos inmersos) descubramos un nuevo elemento que nos permita seguir respirando.
Mi compromiso es buscar un entorno que nos cuestione, que nos rete y que nos lleve al límite. En el corto es molesto, a la larga es lo que nos servirá para sobrevivir. Con toda la información que hoy tenemos a nuestra alcance tenemos que escoger la que nos active, la que genere la energía que necesitamos para cambiar. Y por supuesto, aprender a eliminar en esta sobreexposición en la que vivimos todo lo que nos reste.