"Ningún descanso me redime del trabajo;
la noche persigue mi reposo al día y el día a la noche"
Horacio
Juan estaba haciendo la maleta para iniciar al día siguiente su periodo de vacaciones de verano. Pensaba, como todos los años, que las necesitaba más que nunca. También reconocía que llevara lo que llevara, tenía que dejar hueco para el móvil y el portátil, por eso de que la desconexión total es imposible y si alguien de su nivel en el organigrama le decía que lo hacía, simplemente sabía que le estaba mintiendo.
En primer lugar, elegir la fecha de Agosto no es baladí. Está claro que es la temporada de vacaciones por excelencia y su elección viene propiciada por un descenso de la actividad, a nivel general en muchos sectores; y el suyo no era una excepción. Y qué mejor cuando sus clientes descansaban que aprovechar para bajar el ritmo y recargar las gastadas pilas internas.
Pues bien, Juan comenzó metiendo en su maleta muchas ganas de disfrutar de su mujer y sus hijos, no dejando sin meter en un hueco el objetivo de descansar y un par de libros que nada tenían que ver con su negocio, pero que tras un par de recomendaciones había comprado pensando que en las vacaciones de verano sería el momento idóneo para relajarse todo lo que pudiera mientras los leía.
Miró hacia el portátil y el móvil, ambos haciéndole ojitos. Les tranquilizó al momento, ya que tenía preparada la mochila con cargadores y todo lo necesario para que antes de que todo el ecosistema de cada día vacacional comenzara a aparecer en las zonas comunes dispuestas para el disfrute, pudiera avanzar y verificar que lo urgente e importante quedaba revisado, delegado o solucionado, según los casos.
Ni que decir tiene que su grado de responsabilidad en la empresa implicaba estar siempre disponible para clientes y compañeros, por lo que eso de apagarse quince días, y/o ni siquiera una semana era ciencia ficción (y tampoco hubiera podido aguantarlo, pensó él mismo).
Eso sí, para conseguir que cuando tocaba enfocarse en el asueto y los momentos regeneradores de descanso total debía de ser muy estricto en la franja horaria para ponerse al día con correos y llamadas, tema que la tecnología le había resuelto hace tiempo recordándole si estaba en "tempo" de setas, o de Rolex. Su experiencia en el pasado le demostró que nunca perdió la oportunidad de recolectar unas u otros...
También una desconexión excesiva le llevaba siempre a una peor preparación o puesta en marcha del denominado inicio de nuevo curso. Y en ese momento recordó cuando Pepe, un colaborador, le había dicho que le llamara durante las vacaciones sin problemas, ya que se iba al piso de la playa durante todo el mes, y le vendría bien desconectar un poco de las vacaciones (en ese momento a Juan le salió una pequeña mueca perversa a modo de sonrisa incómoda, como dudando que se necesitara desconectar del tiempo de desconexión; pero y si sí).
Pensó por bien que esta parte no estaba reñida con el merecido descanso, por lo que volvió a su maleta. Llegó a una parte de la misma que le recordó actividades realizadas el último verano, dibujándosele una sonrisa en su cara de las que ocupan de oreja a oreja. Era una parte en la que había hueco para cocinar, leer, hacer deporte, pasear y darse un chapuzón de vez en cuando.
Miró lo que le faltaba por meter y el hueco que tenía en el equipaje que se había propuesto llenar. Observó que había metido un gran reloj. El mismo era voluminoso. Se quedó pensando y decidió sacarlo; su objetivo era disfrutar mientras descansaba con la familia y amigos sin mirar el reloj, y que el tiempo no fuera uno de sus problemas ni siquiera secundario, por lo que rellenó ese hueco con un planificador de viaje sin destino, sin fechas, sin horarios y sin relojes que apretaran las actividades y el paso de las jornadas. No importaba nada, salvo la buena mesa y la mejor compañía.
Miró un pequeño hueco y decidió rellenarlo con una libreta y un estuche con bolígrafo y lapicero (por esto de los croquis que no cesaba de hacer, aunque sabía que era muy, pero que muy malo dibujando, por cierto) que había adquirido en su último viaje a la delegación que tenían en Mérida. Y es que le gustaba anotar todo lo que se le ocurría, tanto al final del día, ya en la terraza, cuando tomaban el último refresco, como los ideas que surgían mientras caminaban en su paseo matutino, dialogando con su pareja o con el resto de la cuadrilla que formaban esta aventura de verano.
La tranquilidad, la minoración de la agenda y el estrés, así como el cambio de entorno y estar fuera de la oficina le proporcionaba ver la caja desde fuera, desde otro enfoque. Todo esto le permitía ver las cosas de diferente manera, cruzando lo personal con lo profesional, el ambiente de ocio con los problemas del día a día, y al final generar soluciones creativas que sin salir del ambiente laboral se le hacían cuesta arriba, incluso a veces hasta parecerle irresolubles.
Por último, echó en la maleta unos prismáticos y un audífono. Esta parte del equipaje tenía que servirle para agudizar por un lado la capacidad de escucha, y por otro aumentar su visión de largo. Quería ser capaz de ver más allá de un pequeño radio, visionar el horizonte, distinguir más allá del cielo más cercano. Y además, se había propuesto escuchar a la naturaleza, a su familia, a sus amigos, a otras formas de pensar, y también, por qué no, escuchar cada noche el ritmo del mar, ese mar que sin más remedio le llevó a recordar la canción de Celtas Cortos, uno de sus grupos favoritos desde su etapa de adolescencia, que decía algo así: "Es el agua del ritmo del mar, que a todos los enanos da la sal, cabalga en tu pelo al sembrar, las corrientes submarinas de la mar." y continuaba de esta manera: "Si te dejas muchacha llevar, verás cosas que nunca soñarás, con la música en vena tendrás, la magia que te falta y a volar".
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