"Considero más valiente al que conquista sus deseos
que al que conquista a sus enemigos,
ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo"
Aristóteles (384 AC-322 AC)
Filósofo griego
Es 31 de diciembre, otro año ha sido escrito y tras las uvas, quedará atrás para dar paso a uno nuevo.
Toca marcarse algunos retos para este nuevo ejercicio y me siento en el estudio de casa a escribir; me gusta hacerlo con boli y papel, porque parece como más personal y el compromiso se me antoja más si cabe al escribirlo de mi puño y letra.
Termino la tarea y salgo a dar un paseo cuando me cruzo con un viejo conocido por la zona del parque municipal y nos sentamos un rato a charlar. Hacía tiempo que no nos veíamos.
Le comento lo de los propósitos de nuevo año y me hace recapacitar, y sin faltarle razón me dice que normalmente los deseos de cambio a primeros de año suelen quedarse pronto en agua de borrajas.
Vuelvo a casa, y releo mi lista contrastándola con la del año anterior. Y la del anterior. Y la anterior de la anterior. La lista no es igual, pero se repiten casi todos los deberes. Y como mi amigo me dijo al despedirse: "primero tienes que conocer al enemigo, que tira de nosotros para no hacer lo que nos proponemos. Entre zapatillas o sofá, siempre nos hace elegir la comodidad cortoplacista del sofá".
Me propongo investigar a ese enemigo que se opone a cualquier crecimiento a largo plazo, instigándonos a recoger los placeres inmediatos, aunque sepamos que no nos vendrá bien en nuestros trabajos, en nuestras relaciones, e incluso en nuestra salud.
Descubro que el enemigo es invisible, puede sentirse su presencia, pero esto solo ocurre si estás muy atento. Nos aleja de nuestra meta, tentándonos a hacer cosas cómodas que no suponen esfuerzo alguno. El sofá, la serie, las palomitas, la manta y el café...
Descubro que no tiene ética alguna. Miente, falsea, seduce, e incluso te hace parecer que lo cómodo, la vía rápida es lo que más te conviene.
Descubro que no cesa nunca de desmotivarte, y no la toma contigo, sino con todo o casi todo el mundo a tu alrededor; incluso se alía con ellos para que te llamen para cambiar tu plan de salir a entrenar para tomarte unas cervecitas con ellos.
El enemigo solo apunta a lo cómodo, y hace todo lo que puede para mantenernos bajo control en nuestra zona de confort. Nos da continuamente razones para no salir del territorio conocido. Y lo que es peor, recogemos el guante rápido y de una manera voluntaria, incluso diría que nos creemos que los que decidimos somos nosotros.
Descubro que lo que había logrado años atrás, había sido porque no había hecho caso al enemigo. Y cuando desoí sus mentiras, no me acompañó y me dejó solo, y crecí solo, y fui mejor solo, y me sentí mejor con los míos, pero lejos del enemigo. Es un cobarde, pero solo cuando le plantas cara. Normalmente no luchamos, sino que cedemos a su encanto.
Puedo decir que en ese caso, hoy estoy mejor y veo claro que ese es el camino correcto para conseguir más retos de los que normalmente consigo. Pero es la excepción.
Descubro que la fuerza del enemigo no minora con el tiempo, sino que cuanto más cerca tienes la meta, con más fuerza actúa para convencerte que ceses en el empeño. Y repito, recluta aliados para que en forma de tentaciones te lleven a la comodidad del sofá, olvidando las zapatillas que te llevan al circuito.
Mensajes, whatsapps, lluvia, frío, tertulias, series; cualquier forma de la que se disfraza es buena para intentar frenar nuestras necesidades a largo: salud, amigos, creaciones, conocimiento...
Y descubro cual es una de las formas con las que el enemigo decide atacar de manera más común: la procrastinación.
Quiero aprender inglés; "empiezo mañana".
El gimnasio; "me inscribo el mes que viene".
La dieta: "empiezo cuando pasen las fiestas".
El programa de perfeccionamiento: "el año que viene".
Llamar a esa persona: "el finde".
Pedir perdón: "otro día será".
Luego, luego, luego... Nuestro enemigo está encantado cuando ve que todo lo dejamos para luego.
Y sabiendo que los hábitos hacen al monje, nuestra postergación continua se convierte en nuestro principal hábito, y con ello, nosotros no cambiamos nada de lo que año tras año nos proponemos. Ni nosotros ni nuestro enemigo necesitan cambiar nada; zona de confort y gratificación inmediata. Disfrutar en el momento es una distracción barata pero que nos borra rápido de la mente lo que de verdad importa en una larga vida; o corta, según se mire.
Drogas, series, compras, alcohol, críticas a otros, azúcar, chocolate, sal, etc, etc... Cualquier premio instantáneo en lugar de esfuerzo para ganar a largo; o no.
El enemigo nos fuerza a quedarnos en el sofá; nada de zapatillas, nada de sufrir para ganar. El premio es más sencillo y nos lo ponen fácil; wifi, redes sociales y series.
Me doy cuenta que el enemigo está en casa. Está dentro de mí. El enemigo soy yo.
Y decido que este año sería distinto.
Elegiré zapatillas más veces.
Menos sofá.
Seré paciente,
plantaré cara a mis miedos,
no aceptaré mis propias excusas,
jugaré con las cartas que me salgan,
entrenaré para dominar la técnica,
me prepararé,
pediré ayuda,
no me tomaré el fracaso de manera personal,
ni los éxitos,
y seguiré reinventándome,
validándome
y sabiendo que lo difícil no es hacer las cosas, sino elegir ponerse a hacerlas.
Y hacerlo aun sabiendo que no es el camino fácil, no es el que nos lleva a vivir sin esfuerzo, sin dolor, con la comodidad que la zona de confort nos proporciona. Calentitos, con el mando al alcance de la mano, viviendo la vida de otros, de los superhéroes, de la ficción.
Me preparo para salir a la plaza, con la familia. Mi hija toca con la charanga. Las uvas de la amistad, dicen, seguro que lo experimentamos y nos gusta. Distinto al sofá de siempre. Miro hacia abajo. Llevo las zapatillas nuevas.Damos una vuelta por la zona peatonal. Saludamos a gente. Nos paramos con amigos y comentamos como está todo. Miramos escaparates. Escuchamos algún villancico tardío.
Tomamos un vino. Brindamos por la vida. Y por nosotros. Y por el año.