"La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo,
y por eso, todo es más suave y más hermoso"
Norman Vincent Peale (1898-1993)
Predicador cristiano y escritor
A Juan no le había ido muy bien durante el año que estaba terminando. Al menos, eso creía él. Le habían eliminado las horas extras desde Marzo hasta Octubre, y aunque había "echado" algunas sueltas en Noviembre y Diciembre, era poco comparado con lo vivido como normal en los últimos años en la empresa. Además, el variable ya no era ni parecido a lo que había vivido hasta el 2007, por supuesto. También, por otro lado, su mujer, Lina, ya no disfrutaba de todas las tardes libres, por lo que le tocaba ayudar en casa al llegar el fin de semana. ¡Qué fatalidad!
Siempre estaba discutiendo por lo que no tenía, tanto con sus compañeros como con su mujer, no cortándose un pelo a la hora de evidenciar ante sus hijos su orientación hacia el dinero y todo lo material, generando poco a poco, según se iba vislumbrando en el cole y en la relación con sus amigos, un par de pequeños monstruos sin corazón, pero con muchas dosis de egoísmo (sus dos hijos).
Su mal genio y malestar, iba "in crescendo", cada vez más, y compañeros, amigos y familiares estaban cada vez más hartos del personaje; tanto, que si podían, lo evitaban. Lina y sus hijos lo venían detectando de un tiempo a esta parte y aunque intentaban que cambiara, el sacar el tema a la luz era peor todavía, se ponía más furioso.
La verdad, visto desde fuera, no le faltaba de nada, pero siempre renegaba al ver que sus vecinos se habían comprado un coche nuevo mejor que el suyo (esto le consumía). Además, siempre decía que era un hombre casero, pero no dejaba de quejarse y criticar a sus cuñados cada vez que se enteraba de sus numerosas salidas para cenar los sábados en ese lujoso complejo y sobre todo, lo que no aguantaba es que no hubiera puente (de tres o cuatro días) que su amigo Pedro, casado con una prima de Lina, no disfrutara viajando fuera de la ciudad, alternando entre esa casita en propiedad en la playa o recorriendo esas zonas tan bonitas que, según él, por desgracia, ellos sólo podían ver en fotos o documentales por internet.
Pero la casualidad, o el espíritu de la Navidad, hizo que sin poder negarse a ello, tuviera que ser uno de los Reyes Magos que recepcionara las peticiones de los niños, mientras recogía sus cartas cargadas de peticiones de regalos y deseos, en el salón-comedor social del barrio. Su hijo le había propuesto como candidato, a sabiendas que a su padre en nada le gustaban estas cosas, pero el muy "malvado" no le había comentado nada hasta la misma tarde que tenía que hacerlo, sin tiempo de buscar un sustituto y tras haberle dicho que no tenía ninguna obligación durante esa jornada, al estar de vacaciones.
Todo era normal, durante los primeros niños, los cuales eran conocidos del barrio y algunos incluso compañeros de sus hijos en el colegio, hasta que se aproximaron esos niños de piel curtida y aspera algo ennegrecida por las adversidades, con ojos llorosos y tristes, como con falta de brillo, eso es, pensó él: -"con ojos mates y sin vida"-, que formaban parte de las familias (casi todas incompletas) que tras la última expedición humanitaria a ese país, en guerra durante los últimos 5 años, habían podido rescatar de entre los escombros y los misiles para traerlos hasta su ciudad.
Juan no se sintió cómodo de inicio, pero haciendo de tripas corazón y respirando hondo, muy hondo, cogió al primer niño y dejándolo sobre sus rodillas le preguntó por lo que había pedido en su carta, recibiendo una respuesta que no esperaba:
"Nada, ya tengo todo lo que pedí antes de salir de mi tierra". Le dijo de una manera excesivamente madura, neutra e insensible, pensó nuestro Rey Mago. Y tragando saliva, el niño, el de los ojos tristes, continuó con su respuesta: "Necesitaba Paz, y la tengo. No podía salir a jugar a la calle, debido a las bombas, y ahora si puedo, todos los días. Pedí que nos dejaran de bombardear y hoy, no escucho las balas ni los misiles. Pedí que no quería ver gente morir por disparos y llevo meses sin mirar a la muerte. Le pedí al mundo que nos escuchara, que nos rescatara, y aquí estoy".
Nada, ya tengo todo lo que pedí antes de salir de mi tierra, mi pueblo en guerra.
Juan no sabía dónde meterse, por lo que le dijo que todo había pasado, que podía pedir juguetes para él o para sus hermanos. Pero el niño de ojos tristes estaba a lo suyo, y continuó:
"Somos niños, amamos la vida, queríamos que el mundo nos escuchara, teníamos que contar lo que nos pasaba en ese infierno. El mundo tiene que saber que allí no hay ya escuelas, no hay comida, no hay agua saludable. Nada, no pido nada, ya tengo todo, puedo ir a la escuela, tengo comida, tengo agua potable. Pero pido para los niños que aún continúan allí, están perdiendo su infancia, por lo que todos los días sueño que le devuelvan eso, su infancia... Tú, Rey Mago, lo sabes, el mundo mira y no hace nada, por ello debes contárselo, para que los ayuden urgentemente."
Nada, no pido nada, ya tengo todo lo que pedía antes de salir de mi tierra, mi pueblo en guerra, mi pueblo destruido.
"Pedí que mi hermana no tuviera que caminar a través de barro y subir colinas, cargada con baldes de 10 litros, demasiado pesados para sus pequeños brazos de niña de 5 años, y hoy tiene agua en el grifo de casa, potable, fresquita. Pedí hospitales para mis abuelitos, para curar nuestras heridas y hoy estamos sanos, rodeados de hospitales y centros de salud. Pedí una digna educación y maestros para aprender para todos los niños y aquí los tengo;mira esos libros", - señalando a una estantería que tenían a la derecha-, "puedo leerlos libremente y puedo ir al colegio saltando, corriendo, sin bombas ni misiles que nos aterren, todas las mañanas, todos los días..."
Nada, no pido nada, ya tengo todo lo que pedía antes de salir de mi tierra, mi pueblo en guerra, mi pueblo destruido, mi pueblo en llamas.
Esta última parte la había escuchado Juan con los ojos cerrados como hipnotizado, y de repente, cuando los abrió, se dio cuenta que Luisito, el hijo de su compañero en la empresa Luis, el de contabilidad, estaba golpeándole la rodilla y alzó los brazos en cuanto le vio despierto para que le subiera sobre sus piernas y poder contarle todo lo que les había pedido en su carta a los Reyes Magos.
La tarde pasó muy lenta, niño a niño, petición a petición, juguete a juguete, pero Juan no podía parar de pensar en el niño de piel curtida, de ojos mate, no podía parar de pensar lo poco que esta criatura necesitaba tras recuperar los esencial, lo básico, todo lo que la guerra le había arrebatado y hoy, gracias a Dios, volvía a tener.
De vuelta a casa no paró de llorar, todo el camino, porque sabía que alguien le había mandado un mensaje e iba a cambiar, de largo; tenía que cambiar.
Y el cambio fue real, los suyos no se lo creían, pero su enfoque de vida cambió 360 grados; su centro era el prójimo, el necesitado; no tenía nada suyo, al contrario, desde ese momento vivía para los demás, sobre todo, para los niños y lo más curioso fue que desde ese día comenzó a SER FELIZ.
Nada, no pido nada, ya tengo todo lo que pedía antes de salir de mi tierra, mi pueblo en guerra, mi pueblo destruido, mi pueblo en llamas, sin hospitales, sin escuelas, sin agua...