"Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras,
te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías.
Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello,
pero tampoco dejarás que tus errores se repitan"
Paulo Coelho (1947-?)
Escritor brasileño
Walter me recordó que la vida en general, y en la empresa en particular es un golpeo constante. Y también me aclaró que la valentía para afrontar los retos no es un extremo, sino una virtud, que coincide con estar en el medio, como bien dijo Aristóteles.
Valentía, dijo, el valle entre dos colinas. En una colina se sitúa la cobardía. El cobarde es el que no actúa por miedo. Y en la otra colina se posiciona el temerario que se mueve inconscientemente sin temer al miedo ni a nadie. Pero el valiente, desde el valle, siente y conoce el miedo, aunque no duda en enfrentarse al mismo. Y saber cómo y cuándo actuar hace que sobrevivamos.
Y volviendo al golpeo, ya sabéis, no se trata de que a veces no toquemos el suelo, que lo tocaremos, sino de saber levantarnos cuando nos tumban. Y recordé que no siempre se gana, pero se debe siempre disfrutar con lo que haces, aun en caminos digamos que poco preparados para el disfrute tal como lo conocemos.
Porque el camino es una ruta de aprendizaje, pero Walter me refrescó que no es un camino de ensayo-éxito, sino más bien de ensayo-error. Y nuestro entorno y el pensamiento clásico, anclado en el pasado, está muy poco acostumbrado, y no discierne entre error y fracaso. Para ellos es sinónimo. Y nada más lejos de la realidad.
Recordé tras sus palabras a las personas resilientes. Esas 3 ces (Challenge, Control y Commitment) de estas personas que equilibran el compromiso, afrontan el reto y luchan por todo lo que está bajo su control.
Cómo necesitamos personas comprometidas, involucradas, de las que se meten hasta el fondo. Además siempre trabajan con el timón entre sus manos, teniendo el control de lo que ejecutan y generando un ambiente pacífico, y no de guerra. Los denominó guerreros. Y me gustó.
El reto es una aptitud, y debe de afrontarse aprendiendo a perder, sin culparse de lo que no está bajo nuestro control, pero sin perder la oportunidad de afrontarlo cuando la vida nos lo propone.
Y Walter me retó a mirar a la empresa como un conjunto de guerreros. Profesionales que nos defienden en su día a día. Reconociendo al miedo. temblando, pero reconociendo que tienen que enfrentarse a los retos. Y saben que a veces hay batallas en las que se deben de entregar las armas. No es un cobarde aquel que en situaciones, para salvaguardar a su ejercito, entrega las armas y se retira.
Y no es cuestión de debilidad, sino todo lo contrario, el guerrero que enseña sus cicatrices. Se trata de valentía; cuenta lo que hay detrás de sus heridas, porque con ello, enseña su pasado y genera aprendizaje acelerado a quien aprende con esos golpes, caídas y derrotas de un pasado muy valioso que llamamos experiencia.
Ese guerrero que muestra las marcas de pasadas batallas demuestra a su equipo que aunque fue golpeado, y de ahí esas secuelas, las mismas le han servido para la generación de experiencia, disponer de más conocimiento y tras su estudio y la memoria, decidir mucho mejor.
Walter siempre remataba con algún consejo que me marcaba. Y esta vez no sería para menos. Me instó a enfrentar la incertidumbre aceptando lo que pudiera pasar sin una generación excesiva de estrés. Si no acabas en el ruedo, nunca sabrás de lo que eres capaz de hacer. Y recuerda, me dijo, solo se genera autoeficacia enfrentando las situaciones.
Y sí, la zona de aprendizaje es incómoda. La cura duele. Se busca medicina mágica para aliviarnos, pero lo que verdaderamente necesitamos es curarnos, y desde la zona de confort esta parte no es posible.
Debemos afrontar la vida desde una conducta basada en la exploración para salvar las empresas, las familias, las parejas y la amistad. Se trata de investigar; nunca perdiendo la curiosidad. Cada cosa que se viva debe ser un reclamo para escarbar. Escarbar para asombrarse, centrando toda nuestra atención y evitar quedarnos en los títulos, mostrando interés y profundizando, o sea, dedicándole todo el tiempo que nuestras vivencias y personas de nuestro entorno merecen.
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