"Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá"
Harold MacMillan (1894-1986)
Político inglés
Xavier nos explicaba cómo había vivido en varias ocasiones, según desde su experiencia basada en muchos años en el mundo de la empresa, un exceso de celo por la organización, que colmada de presión derivaba en vivir de un modelo de éxito que el cambio se había cargado de un plumazo.
Nos explicaba cómo un amigo de la carrera, el cual había acabado como Controller de una pyme líder en su sector, siempre le decía en esas tardes-noches de invierno, tras salir del trabajo, que cuando la empresa esté inmersa en alguna situación problemática, el orden y la austeridad serán las únicas recetas que la devuelvan a la senda de la rentabilidad y la tranquilidad de la eficiencia cortoplacista.
Se acabó el tiempo del "pito", retomando la vendimia de las jornadas sin descanso, solo coger uva, llevar capacho, coger uva, llevar...
Eficiencia y estricto control, sin tiempo para la lírica, la innovación, ni las pruebas que no retornen hoy, o al menos, mañana.
Si no va bien, toca apretar al personal, recortar al proveedor y suponer que lo que los clientes ahora no quieren, tras cambiarse a otras propuestas diferentes que ofrecen los competidores, solo es temporal, y cuestión de tiempo que vuelvan, porque si hemos sido líderes con esta receta, todo el universo se dará cuenta que no merece la pena cambiar, y acabarán claudicando en nuestra oferta, la que se creó por allá por los noventa, y encandiló a tanto usuario dando la razón a nuestro visionario fundador en esa época dorada con baños de crecimiento y rentabilidad que con números definían el inmutable modelo de éxito.
Pero si, aún así, las cuentas no validan el inmovilismo, se empiezan a plantear que lo mismo algo para innovar no vendría mal.
Un par de cursos, algún que otro proyecto multidisciplinar de grupos de kaizen, y una comida con los mandos intermedios para indicar que somos innovadores y tenemos que generar ideas disruptivas; eso sí, acompañadas de unos resultados tangibles y enfocados en el ya, este mes, o como mucho, antes de terminar el trimestre. El final, volver a controlar cada gasto, cada movimiento, devolviendo la vida de toda la empresa a una visión cortoplacista del día a día, sin una ampliación del zoom que pueda divisar el horizonte; al menos para no encallar en lo que se pueda prever.
Decía Xavier que a los profesionales como su amigo, siempre se les reconoce por una evidente alergia al riesgo. Y por tanto, defienden el negocio dirigido "como siempre", aunque representen una vela con menos de un centímetro de cera, ya en la base, en declive y humeando debilidad, sin una llama que ilumine como antaño lo hacía, dotada de energía, esbelta y orgullosa de evitar penumbra y oscuridad.
Su obsesión y referente siempre son los éxitos del pasado. Saben de qué va esto porque lo han vivido año a año, y los quebrantos siempre se han salvado a base de esfuerzo, control, sacrificio y minimización de hazañas inciertas encaminadas a navegar océanos y mares hasta la fecha desconocidos. E incluso denuestan pequeñas empresas que nacen con un espíritu de flexibilidad, innovación, cercanía y nuevas ideas, solo por el hecho de ser jóvenes y poco experimentados en un sector que necesita veteranía y tradición.
Y la tradición les lleva a veces a acabar como piezas de museo o formar parte de documentales en blanco y negro, en lugar de en potentes ofertas de valor para un mundo actual que pide a gritos otros servicios y productos para garantizar las nuevas necesidades y cubrir los nuevos problemas que cada tiempo reclama.
Xavier terminó explicándonos que para él, la innovación no era un simple capricho. Era la puerta que las empresas tenían para adaptarse a este entorno VUCA, que queramos o no, nos ha tocado vivir, y que sus características de incertidumbre, complejidad, ambigüedad y volatilidad no cesan de acelerarse, sin visos de una ralentización, por mucho que la nostalgia nos traslade al pasado de un mundo en calma, sin apuntes de marejada.
¿Cómo obtendremos nuevas soluciones sin intentar nada nuevo?
¿Cómo nos inspiraremos si no paramos a compartir con compañeros, colegas e incluso gente de otros sectores?
Se necesita inspiración para conectar lo no obvio, lo que no es evidente, pero que cuando alguien visionario lo conecta, obtiene resultados que adelantan al modelo clásico, o al menos da servicio a los clientes actuales, hijos de este tiempo tan convulso. No queda fuera de la ecuación un gran compromiso en llevar hasta el final propuestas que pintan bien, y que necesitan de vencer grandes inercias y frenos, así como una gestión responsable del riesgo, porque no están las cosas para ir tirando con pólvora del rey, de aquella manera. Nos remarcó: La innovación es la suma de inspiración y compromiso.
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