"Me gusta la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón.
Que siente y piensa a la vez.
Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón"
Eduardo Galeano (1940-2015)
Escritor y periodista uruguayo
Le costó mucho tomar la decisión, pero acabó despidiendo a uno de los tres directivos de la empresa que dirigía desde que su padre había fallecido, hace ya más de tres años.
Se llamaba Julián, era el que más tiempo llevaba y aunque había dado todo por la empresa, el sector en particular y el mundo en general ya no permitía esa forma de gestionar una unidad de negocio y un departamento, independientemente de sus conocimientos técnicos y su dilatada experiencia.
Autoritario, dominante, con gente a su cargo totalmente atemorizada; menos mal que era una empresa industrial, no como en el accidente de avión del 78, en Portland, cuando nadie del equipo fue capaz de advertir a ese comandante prepotente, por miedo o desidia, quién sabe, y acabó costando un accidente y lo que es peor, diez vidas humanas.
El 80% de los errores se eliminarían con un buen trabajo en equipo, pero los líderes autocráticos minimizan a los profesionales a su cargo, haciendo que callen cuando podrían alertar de problemas o indicar soluciones de las que suman. Pero el recuerdo de broncas, represalias e incluso algún despido de compañeros hace que prefieran mirar para otro lado, terminar su jornada, y evitar estar en el punto de mira de ese jefe tan chapado a la antigua, por decir algo.
Andrea lo tenía claro. Ahora tocaba contratar mandos intermedios y responsables de departamento técnicamente aptos pero con grandes dotes de inteligencia social. Quería incluir en las competencias de sus equipos personas que conocieran el arte de trabajar en equipo, directivos que escucharan de forma activa a los componentes de sus departamentos y reconocieran las inquietudes y observaciones de los compañeros de otras áreas y sobre todo, que tuvieran una sincera y honesta escucha interna. Era importante conocerse a uno mismo y atender los mensajes que nuestra mente y cuerpo nos manda. El mundo cambia, nosotros cambiamos, y al igual que hoy no se gana con la estrategia y la táctica de ayer tampoco se domina todo lo que hoy nos ocupa, y nos preocupa sin evaluar los síntomas de lo que nuestra herramienta vital nos envía en forma de señales.
La productividad se hunde cuando impera el miedo, y la ausencia de inteligencia emocional puede acabar mermando la motivación, incrementando errores en la toma de decisiones, retraso en tareas que nadie se atreve a iniciar, y sin darnos cuenta, puede derivar incluso en la quiebra de una empresa.
Nadie sabe por qué, pero año a año, el EBITDA cae, y lo que es peor, nadie prevé los factores que tiran y arrastran a una mala situación; no cantan los números a veces disfrazados de escusas externas, pero puede que sí aparezcan incrementos de rotaciones en personal clave, inmovilismo en los departamentos y apatía ante los cambios, si es que los hay, en el mejor de los casos.
Trabajar con personas va de reconocer emociones, pero todavía quedan muchos responsables que entienden este mundo laboral como de tener mucha cabeza y no dejar que el corazón tome la palabra, a ningún nivel.
El jefe manipulador, moviéndose como pez en el agua en la guerra de guerrillas, en la selva, ya debería pasar a la historia. Luchaba con y contra su gente, poniendo en jaque a parte del equipo contra el otro, haciendo competir a los suyos; era como tener espías dobles en diferentes filas de la empresa entendiendo que todo eso sumaba.
Pero el equipo cuando el barco encalla y está en peligro de hundirse, no alerta, sino calla. Aunque todos vean que se acaba el bosque que abriga, y que el enemigo viene con unas armas que no podrán defenderse con débiles escudos anti-misiles, nadie se atreve a parar al jefe autocrático, poderoso y con un pasado brillante; el mismo que defiende las bajas que ha ido dejando en el camino como daños colaterales usuales en cualquier guerra. El fin justifica los medios, piensa el directivo o jefe mediocre.
No hace mucho Julián comentaba con Andrea que para él era necesario tener a la gente en estado de alerta, en tensión. Para Andrea, en cambio, defender la tensión era defender el posible infarto. El estrés solo lleva a un potencial diríamos toque de atención, tarde o temprano. En definitiva, el estrés estupidiza a la gente.
Pero la globalización, la competencia y las tecnologías de la información usadas para crear valor y no para controlar necesitan de gestores de personas con habilidades interpersonales que generen un ambiente que permita el desarrollo del departamento y de las empresas. Hoy nos movemos en un mundo exterior hostil y que no perdona al que se duerme en luchas internas que deterioran la energía de sus equipos y cavan su propia tumba.
Andrea quería imaginar cómo sería su empresa gestionada por líderes con habilidades básicas emocionales; entendía que de esa manera, las empresas comienzan a mejorar y salir de situaciones críticas. Esta visión humanística de la gestión empresarial permitiría sintonizar los sentimientos individuales y concentrarse en retos comunes, eliminar posibles desacuerdos antes de que fueran muros insalvables e incluso tendrían la posibilidad de trabajar en estado de flujo, como las líneas de fabricación verdaderamente Lean, pero en este caso hablando también de procesos de trabajo técnicos, en oficinas y por qué no, en empresas de servicios.
La emoción debe estar muy dispuesta a aportar a la razón, sin eliminar esta, pero siendo un complemento que equilibrará la salud de la empresa, del departamento, y sobre todo de su principal capital, que no es otro que el humano.
Porque se trata de liderazgo, del de verdad, y éste no es el que trata de una eficiencia 100% basada en el control de todo y de todos los demás, sino de algo mucho más profundo que no permite nada de deterioro sino al contrario, agrega valor. Permítanme definir liderazgo como el arte de persuadir al equipo para colaborar en la construcción de un objetivo común.
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