"Añorar el pasado es correr tras el viento"
Proverbio ruso
Esa canción de la adolescencia, ese olor que nos lleva a cuando éramos pequeños, el finde en la playa con esos amigos que nos lleva a la libertad, el poder con todo, la vida en su esplendor sin preocupación alguna.
Leí en su día que la nostalgia es una felicidad triste.
¿Triste porque ya no volverán esas vivencias?
La nostalgia nos invade porque creemos que lo pasado nos completó, y en la distancia nos parece que fueron momentos perfectos; y que no volverán...
Veo clara la nostalgia en el emigrante evocando su tierra madre, el soldado en el frente soñando con volver a casa, la joven (o el joven) pensando en su primer beso, el empresario en crisis viviendo sus primeros pedidos en el patio posterior de la casa de sus padres.
También aparece en mis pensamientos la figura de la nostalgia colectiva; ese negocio que siempre en el pasado fue mejor, ese país que no mira hacia delante, sino siempre se pone freno mientras camina solo mirando el pasado, y esa familia que solo recuerda ese coche, ese chalet y esas vacaciones que nunca volverán.
No somos los mismos, no estamos en el mismo lugar y no están todos los que éramos. Pero siempre debe de haber sitio para crear y creer en nuestro futuro.A la vez me recordaba que no existen los oasis perfectos, ni los paraísos. Solo los que inventamos en nuestra memoria. Y sí que hay personas que son capaces de evocar hacia delante, visionar una meta que mejora su situación, e incluso su pasado. Pero de estos hay pocos. El lamento, la tristeza, el quejío (como diría un amigo), está a la orden del día, y todo lo demás, que cuesta trabajo, energía y agudizar el ingenio, mejor que nos lo den hecho desde otro lado.
Gracias a Dios la memoria, el tiempo y la distancia, mejoran nuestro pasado. Se eliminan detalles y la historia se suaviza, se mejora y se deja sin imperfección alguna. Y claro, al compararlo con lo actual, siempre gana.
No es malo recordar lo pasado. Es más, hoy somos lo que hemos vivido, aprendido y absorbido de nuestras experiencias, y de nuestros mayores, entre otras cosas. Pero si el lastre debe salir de la nave para seguir avanzando, no debemos abrazarnos al mismo.
Recordarlo sí, pero no envejecer mirando al retrovisor, admitiendo que nada podemos hacer por el camino que nos queda.
Y mirando hacia el futuro no podemos caer en la tentación de pensar que no encontraremos experiencias similares o mejores que en el pasado. Nada más incierto. Nos queda mucho y bueno por vivir, pero tenemos que empezar a construir desde casi la nada, a lo sumo los cimientos; lamentándonos no se levantan de nuevo los muros que nos darán abrigo, ni los proyectos que nos generarán riqueza y bienestar.
Idolatrar al pasado es sencillo y fácil. Es puro, transparente, incambiable. No genera incertidumbre ni ansiedad. Ya pasó y nadie lo puede tocar, ni retocar.
El futuro es amenazante, el presente desagradable, y el pasado suavizado nos dejó una huella emocional que nos ancla en él como si nada pudiera mejorar esas vivencias.
Debemos perdonarnos, aunque no olvidar. Se trata de no consumir tanta energía dedicándosela al pasado para reservar la que necesitamos para soñar el futuro y sobre todo, vivir el presente.
No debemos usar la nostalgia cuando suponga un peso que no podemos cargar en el viaje, aunque es buena receta reconstituyente en momentos bajos que nos recuerden que de todas salimos en el pasado, nuestro pasado.
Apoyarse en la añoranza, en su justa medida, sin sobredosis, puede ser bueno para aumentar la autoestima, sentir que tenemos una identidad valiosa, bonita y que nos ha forjado tal y como somos, tanto a nosotros como lo que hemos podido marcar en la educación de nuestros descendientes.
Vive hacia delante, me dije, y me lancé a vivir este nuevo año cargado de ilusión y de aventuras.
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