Y de repente apareció en mi rostro
Un rostro de extranjero
Si hay una etapa que marca, y mucho a las personas, esa es la etapa de la adolescencia. Son, si contamos solo la adolescencia en su parte final, cuatro años que acaban marcando nuestra vida hasta el final de la misma. Y solo te das cuenta de lo que marca, y te marcan, cuando coincides con tus iguales muchos años después.
En esta estaba este finde Camilo, al coincidirle dos eventos muy relacionados.
El primero era una reunión con la gente que compartió su etapa de instituto y que, aunque habían pasado 32 años, una vez volvió a entablar una conversación, le dio la impresión de que era ayer cuando estuvieron juntos. El tiempo era como si no hubiera pasado.
"Es una etapa muy especial porque la gente con la que la viviste esa etapa siempre es y será muy especial".- se decía a sí mismo mientras saludaba a su tribu.
El segundo evento fue despedir en la estación a su hija mayor, la cual también concluía su etapa de adolescencia/instituto y se embarcaba en la siguiente, la educación superior universitaria, en su caso, vía Madrid.
Los dos eventos le recordaron mucho su etapa de adolescente. Era la etapa en la que se desarrolló, creció y favoreció la transición entre un estadio, el infantil, para aterrizar en el estado adulto.
Fue una etapa de pérdida y a la vez de renovación. Abandonar lo infantil, rompiendo con su cuerpo, aceptando responsabilidades e intentando alejarse de unos padres que no entendían lo que le estaba ocurriendo ni siquiera el por qué de sus necesidades.
Los padres ya no saben tanto; los valores ya no son los de un niño; y en esta etapa la sociedad exige nuevas fórmulas de comportamiento y convivencia.
"Pero siempre quedará la tribu. Son los tuyos, los que te entienden, los que te valoran y te acompañan. No estás solo".- se decía.
Pero como la vida misma, incluso en el mundo de los adultos, tanto personal como laboral, se necesita su tiempo para consolidar lo nuevo, y desterrar lo anterior. Prueba-error es un ciclo que se aprende en esta época, y que nunca cesa en nuestra vida de rodar. Ensayos y pruebas de pérdida y recuperación. Quiero ser grande, pero he perdido esto por dejar de ser pequeño. Quiero ahora seguir siendo pequeño; tengo miedo de dejar lo que fui, pero quiero tomar lo que potencialmente puedo ser. Lucha, lucha, y más lucha.
Pero la tribu me entiende. Me escucha. Me apoya. Y busca mi apoyo. Son ellos y yo, siempre conmigo, o sea, juntos contra un mundo de niños a los que no queremos volver y alcanzando un mundo de adultos a los que no queremos ni ver. Pero irremediablemente la vida nos arrastra; siempre hacia adelante.
En esto estaba su cabeza cuando el famoso "que viene el tren" lo despertó de sus pensamientos para llevarlo de nuevo al andén, con su hija. Cargada de maletas, mochila y su inseparable trompeta, dispuesta para coger el tren que le llevaría a conseguir su sueño. Dejaba atrás a su tribu, también repartida por múltiples puertos; desde San Sebastián a Alicante, pasando por Zaragoza, Murcia, Albacete, Jaén y Talavera de la Reina. Partiendo caminos, como Camilo allá por el 92, para abrazarse cada uno al futuro que con ilusión, tesón y trabajo habían ido urdiendo y planeando en sus años de adolescencia.
Mucho habían luchado para irremediablemente hacerse mayor, y ahora tocaba separarse en vías de una nueva etapa necesaria pero como cualquier crecimiento, dolorosa (por lo que dejas atrás)
Ella se subió al tren, que rápidamente cerró sus puertas, y salió hacia el destino, mientras ellos, los adultos que no entendían nada pero que lo sabían todo, lloraban con un sentimiento mezclado entre orgullo, alegría y añoranza por los tiempos en los que si tocaba pasarse por la estación, su hija iba en sillita para despedir a alguna prima mayor que algo de delantera le llevaba, digamos por eso de la edad.
Cerraban el paseo mágico de la adolescencia de su primera hija. Camilo le dio la mano a su pareja mientras volvían a casa, paseando, orgullosos por el trabajo bien hecho, en silencio. Su hija se había ido emocionada y muy contenta con la etapa que empezaba. Volvería muy preparada o la visitarían cuando tocara. Y recordaron que aun en casa quedaba otro hijo justamente empezando el camino que la primera terminaba. Otra obra por la que luchar. Otro edificio que construir.
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