"Si tenéis un minuto, intentad resumir vuestra pasado, brevemente, y sentiros orgullosos.


Después, enfrentando el maldito folio en blanco, dibujad vuestro futuro, con pasión, con ganas de hacedlo mejor.


Será vuestro mundo, vuestro camino..."

jueves, 24 de diciembre de 2020

CUENTO DE NAVIDAD 2020

"No deis sólo lo superfluo, dad vuestro corazón"


Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) 

Misionera de origen albanés naturalizada india



Tras un año horrible, Fernando se levantó la mañana del 23, día que dedicaba a enviar los mensajes a familiares, amigos y allegados por Whatsapp, desde lo calentico de su casa y su cómodo sillón. Había preparado las listas por grupos, porque aunque no era de enviar un mensaje comodín a todo el mundo, sí que preparaba varios, dependiendo de la cercanía y del ámbito por el que conocía a los destinatarios. Todo muy tecnológico y un poco frío, pero su objetivo era poder llegar a la mayor parte del ecosistema que formaba él y su gente, y aprovechad los medios actuales para hacerlo. Y en lo que una mañana podía dar de sí...

Pero su sorpresa fue mayúscula cuando al incorporarse de la cama, tras revisar varias veces el móvil, no tenía ni línea telefónica y por supuesto, tampoco datos. No podía ser, la red no podía haberse caído el día que más la necesitaba, por lo que saltó hacia la planta de abajo y enfrentándose al rúter verificó que las luces del mismo estaban todas... ¡apagadas!

Reinició varias veces, desconectó y volvió a conectar, llamó sin éxito al teléfono de soporte de su operador sin recibir ni siquiera tono en la llamada, y aun sabiendo que los datos no existían en su aparato, tecleó preguntas en el mismo para que el buscador le diera respuestas, encontrando una y otra vez la frase "error al cargar la página" como contestación a cada una de sus cuestiones...

Desayunó algo alterado, sin explicarse lo que le estaba pasando, y tras una ducha rápida, sin la música de siempre de esa aplicación que le acompañaba cada mañana durante su aseo personal, se vistió dispuesto a salir a la calle para encontrar a alguien que pudiera aclararle la situación.

Al salir a la Plaza de la Iglesia de San Francisco, se encontró con su amigo Jesús, el cual le indicó que ellos tampoco tenían ni teléfono ni internet, pero que había encontrado un mensaje bajo su puerta, y le habían citado en la Plaza, en 15 minutos, por lo que Fernando y Jesús se fueron a ver quién había detrás de este misterioso mensaje.

No se lo podía creer, pero la persona que encontraron en el lugar indicado era Clara, su gran compañera y amiga hasta hace tres meses que por una cuestión de trabajo los había distanciado. Tras la promoción de Jesús, Clara sintió que ese puesto era para ella y que no se lo merecía hasta ese momento su colega. Según nos dijo, alguien le llamó la noche anterior, indicándole que debería estar en la Plaza de España, a esa hora, con un regalo para una persona que admiraba mucho, pero que debido a una rabieta poco merecida, nunca había dado el paso de decírselo a la cara, tal vez porque su admiración iba un poco teñida por algo de envidia. El caso es que allí estaba ella, dándole una canasta de frutas frescas, las favoritas de Jesús, y diciéndole, ambos con los ojos rasados de lágrimas, cuánto de buen profesional y mejor persona era. Fernando sí que estaba emocionado, viendo en directo la escena, y sintiendo que no había APP en el mundo que pudiera acercarse a lograr acciones y sentimientos de este tipo. Se despidieron con un abrazo largo, sincero, cargado de paz.

La caja traía un mensaje, y Jesús me indicó que le acompañara a casa de una antigua empleada de hogar que ayudó en su tiempo a sus padres. María era una mujer que tras la muerte de su marido, se había convertido en la señora que más limpia tenía la acera que le correspondía por ser la parte de su fachada; había ampliado su zona de actuación a dos viviendas a la derecha y otras dos a la izquierda. Solo había un motivo; no tenía a nadie en nuestro país y buscaba conversación con todo el que pasaba. Normalmente Jesús y el resto de vecinos le buscaban la vuelta, pero hoy sabía que no habían sido justos ni buena gente simplemente por no donar un tiempo de su vida a acompañar a María, escuchándola un ratillo al menos cada día. Nos paramos con María y dejamos que nos dedicara una de sus historias, una de tantas. Escuchamos con atención como nunca lo habíamos hecho, incluso le preguntábamos para que nos diera más detalles, haciendo que los treinta minutos que pasamos con la señora María fueran un preciado regalo, llenando de vida su soledad. Solo había que verla, feliz, con su sonrisa y con la manera de explicarlo todo. Ambos estaban felices. Y Fernando también. Se despidieron con un abrazo largo, sincero, cargado de paz. 

María les dio una bolsa con tortas de Alcázar, y Fernando vio cómo dentro de la misma había un papel doblado que abrió, encontrando un mensaje. Se despidió de Jesús y subió al autobús, la línea dos, aunque sabía que siempre a esa hora iba lleno. No había sitio, pero volvió a detectar un acto que llevaba tiempo sin ver. Un joven se levantó para ceder el asiento a un señor mayor, con bastón, pues no llegaba a los tiradores del bus y se había tambaleado al iniciarse la marcha. Antes de sentarse, el abuelillo y el joven, se fundieron en un abrazo largo, sincero, cargado de paz.

Fernando estaba revolucionado, vivía todo como en tercera persona, pero tenía un sentimiento de plena felicidad como no había sentido en años. Bajó del bus en la zona de la estación y se dirigió calle abajo, llegando a la Castelar. Oyó su nombre y al volverse vio como Javier le alcanzaba realizando un pequeño esprint. No se habían visto en todo el año, y mientras avanzaban hasta la tienda de comestibles de Los Fuentes, le contó que tras el disgusto de no tener internet, había encontrado un mensaje en la entradita y se había lanzado a cumplirlo. Entró en la tienda y salió con tres bolsas con sendos bocadillos, unos zumos y unas cajitas con mazapanes. Sus destinos estaban claros, eran para las tres personas que pedían a la puerta de distintos locales de esta calle comercial, y que no podían quedarse sin comer en esta época tan señalada (y ningún otro día, pensó Fernando). El tema era que habían sido transparentes para Javier durante todo el Otoño, no haciendo caso nunca cuando le pedían algo para comer, mientras subía la Castelar hasta la gestoría en la que trabajaba. Era un pequeño gesto, pero la sonrisa de los mendigos demostraba que cumplía con creces su cometido. El abrazo se repitió tres veces, una vez con cada una de las personas que, sin juicio merecido previo, no tenían el privilegio que muchos de nosotros tenemos de poder comer a diario. Fueron unos abrazos largos, sinceros, cargados de paz.

El tercero además, como solo llevaba una jersey, raído y muy fino, se quedó el abrigo de Javier, calentito, por lo que mi amigo, tras sentir de repente el frío que hacía de verdad, y que no notamos gracias a disponer de ropa de abrigo, se despidió de Fernando, rebosante de alegría, y con mucho frío en el cuerpo. Éste no se lo podía creer, la mañana volaba, y parecía que sin datos ni internet, el tiempo se pararía y la Navidad sería un desastre. ¡Qué equivocado estaba!

Siguió caminando y volvió a casa para comer con su familia pensando como gastar la tarde. Estaba en racha y su alma no podía parar de alimentarse con todo lo que hoy, mágicamente, le estaba pasando. Terminó el almuerzo y remató con un café espectacular que le había mandado Renato desde Venezuela y se dispuso a leer la nota que le había dejado Javier mientras se despedía. "Visita a Paco, que te presente a Luis y esta tarde será aun mejor"- rezaba la misma. Recordó que Luis, de los Coros y Danzas, era una persona que por su forma de ser, siempre había estado dedicado a los demás. Era amigo de Paco, por lo que iría a casa de este último a ver qué podían hacer por la tarde. Y no le falló el plan. Luis tenía preparadas dos visitas que harían una tarde memorable, si es que el día no lo estaba siendo ya.

Primero, tras vestirse de payasos, le acompañaron al hospital Mancha Centro, a la zona de pediatría, junto a una maga (Laura) y un Payaso (Miguel), que formaban una pareja artística cargada de motivación y pasión por lo que hacían, aparte de ser pareja también en la vida real. Se habían quedado sin trabajo desde hace nueve larguísimos meses, "cero eventos"- repetía Laura mientras Luis nos contaba la historia que habían sufrido durante este año, como tantos gremios dañados por la pandemia, pero aun así llevaban todo el mes paseando su magia y sus bromas por todos los hospitales de la provincia. Cuando terminaban la vuelta, la empezaban otra vez. Comían en el comedor de los sanitarios, los cuales tenían un bote para el menú de estos artistas (nada que reseñar de la solidaridad que desbordan estos profesionales), pero nos dijeron que su alimento real era ver cómo brillaban los ojos de esos niños que aun estando a veces, muy muy malitos, vibraban, reían y se cargaban de energía cada día con su espectáculo. Fernando no sabría decir quien cargaba a quién; puede que fuera recíproco y a partes iguales. La despedida fue emocionante de nuevo. Luis y Paco, fundidos con Laura y Miguel. Abrazos largos, sinceros, cargados de Paz.

No se quitaron el traje de payaso y fueron directamente a la residencia Santa Marta, ya que a Luis le tocaba, como todas las tardes, ayudar a acostar a los ancianos, tras una cena ligera y una última dosis de la medicación que cada abuelillo necesitaba. Luis no fallaba temprano a la mañana para ir levantando a sus ancianos, y tampoco cuando el sol caía, eso sí, algo más cansado y con un día completo de trabajo y esfuerzo cargado a sus espaldas. Pero no le faltaba el chascarrillo, la frase que reconfortaba a Matías el relojero, o el piropo a la señora Mercedes, con pocas chichas ya en el cuerpo pero siempre con el colorete en la cara, muy coqueta y presumida desde bien joven. Sor Inés nos despidió, no sin antes darle unas pastas artesanas que preparaban los monjitas, solo en Navidad, y que siempre era el pago que Luis recibía por su trabajo de todo el año. El no aceptaba otra cosa, y siempre decía que la recompensa era disponer del Cielo en la tierra gracias a sus ancianos, y agradecía hasta el infinito que las monjitas le dejaran prestar esa ayuda que tanto necesitaba. No faltó el abrazo, largo, sincero, cargado de paz.

Era hora de volver a casa y aunque Paco quería llevarles en coche,  Fernando le dijo que prefería volver andando, masticando todos los momentos que había vivido, intentando digerir tanta emoción, tantas bonitas y entrañables acciones vividas en directo, vividas en real.

Ya en el barrio, vio la luz encendida de la planta de arriba de la casa del señor Santiago. Recordó que llevaba con Alzheimer desde hace más de un año, y que debido a no salir de casa desde marzo, todo había ido muy rápido y a peor; ya no conocía a nadie y no se valía por sí mismo para las tareas del día a día. Solo había pasado a verle una vez, aunque siempre le preguntaba a sus hijas como iba todo al cruzarse por el barrio. Instintivamente, metió las manos en los bolsillos del abrigo, como buscando una nota, pero una vez entrenado su corazón sabía que no necesitaba un mensaje para concluir el día. Llamó al timbre y le abrió su mujer, también mayor pero todavía con algo de energía a pesar del desgaste de los cuidados que su marido requería, y detectó una luz en su cara en forma de sonrisa. Santiago dormía mucho durante el día, por lo que no le apagaban la luz pronto a la noche; "no se duerme y da guerra".- le comentó la señora Manuela a Fernando.

El señor Santiago pasó dos horas inolvidables, viendo la zarzuela favorita del matrimonio, que tenían en cinta de vídeo VHS, con Manuela y "el vecino", al que por cierto, conoció sorprendiendo y haciendo que unas lagrimas se le escaparan a su señora cuando le dijo, sin dudarlo, lo siguiente: "quien va a ser, "el vecino". Qué cosas tiene mi madre (equivocándose con su mujer)".

La señora le regaló a Fernando una margarita, que cortó de un ramillete que tenía en el recibidor. Un pequeño detalle que continuo con un abrazo entre Manuela y Fernando, siendo el señor Santiago el que se emocionó de  observar precisamente eso, un abrazo largo, sincero y cargado de Paz.

Parece que sólo se pueden hacer cosas por los que están en otros lugares, o en otros continentes, pero existen muchos pequeños actos que podemos hacer en nuestras localidades, en nuestros barrios, o incluso en nuestras propias familias y hogares. Deja el móvil, deja el ordenador, sal a la calle y haz algo que pueda llenar al que está solo, al que necesita ser escuchado, al que te inspira, al que está enfermo, al que no puede moverse. Puede ser el mejor alimento y el mejor día de tu vida, y seguro que la persona que te necesita está más cerca de ti de lo que te crees.

¡Feliz Navidad!

1 comentario:

  1. Muy bonitas y entrañables historias las que nos acercas con tus cuentos de navidad Eduardo. Feliz Navidad y mucha Salud para ti y tus seres queridos. Un abrazo amigo.

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