"La Humildad no es más que el conocimiento verdadero de ti mismo
y de tus limitaciones.
Aquellos que se ven como realmente son en verdad
sólo pueden ser humildes"
Era la tercera etapa, la etapa reina, y en su cabeza y en su cuerpo le repetía la famosa frase "llueve sobre mojado".
Los dos primeros días había empezado la jornada con el cuerpo y los pies en buen estado, aunque ya el segundo, al llegar la tarde la cura de los pies había sido algo más concienzuda. Compeed por aquí, crema, tiritas por allí, esparadrapo, más crema...
Hoy se notaba que era diferente; quedaban los treinta kilómetros completos por delante y desde el principio, aun habiendo procurado protegerse las heridas, cada paso era como apuñalarse las ampollas; dos pinchazos en el izquierdo, tres en el derecho.
Cuando uno de los chicos le indicó que por qué no iban más rápido, se revolvió y no sin genio, que aun con dolor le quedaba algo, más bien poco si hay que ser preciso, le dijo: "voy como andando sobre cristales, no te digo más".
Y así llegaron hasta la zona donde habían quedado a desayunar, coincidiendo nuevamente con grupos de peregrinos ya conocidos desde que el domingo anterior montaran en el tren, desde Madrid, camino de Sarria. Era el Albergue O Abrigadoiro, y en el mismo se colocaron un buen desayuno: tostada de pan gallego con aceite y tomate, café con leche y zumo de naranja natural.
Nuevamente la mochila a la espalda, y una vez sellada la credencial, visitaron la Igrexa de San Xiao do Camiño y volvieron a ponerse en marcha. Él sobre esos cristales que a estas alturas, sin duda, serían fieles compañeros durante toda la jornada, pensando que llevaban entre cuatro y cinco kilómetros ya, y que sólo les quedaban diez para Melide, donde sin duda les esperaba un buen almuerzo de pulpo con cachelos, seguro que reparador para lo que les restaba de camino hasta la localidad de Arzúa.
El dolor de pies, como cuchillos actuando en las cinco heridas, seguía actuando en su cabeza, no dejándole pensar en lo que llevaban caminado, sino en todo lo que aún le quedaba, que en situaciones normales, en casa, en sus paseos de domingo, no era mucho, pero que ahí, ahora, en esas circunstancias, se le antojaban eternos. Casi imposibles de culminar.
Había que seguir, había que llegar, era todo lo que se repetía en su cabeza mientras atravesaban preciosos bosquejos, riachuelos, puentecillos de piedra y algún que otro pequeño salto de agua. Además, poco a poco, la lluvia fue abandonándolos, dejando unas nubes que provocaban un camino fresco, idóneo para el paseo.
El camino era precioso, y llegar a Melide, lo dicho, reparador. Pulpo e Ibuprofeno, además de una nueva disposición de aceite para enriquecer la piel de esos pies doloridos, fue el combustible para la segunda parte de esta retadora etapa reina.
Uno de los peregrinos que formaban este grupo se volvió y le dijo: ¿qué?, a lo que respondió:
"Una cura de humildad en toda regla".
Y sí, la cura de humildad fue el aprendizaje principal durante esa etapa entre Palos de Rei y Arzúa.
La cura de humildad le ayudó a dejar de pensar en él y comenzar a pensar en sus amigos, los cuales se merecían que llegara con ellos, a la vez, con su mochila, en base a un compromiso adquirido nada más y nada menos alrededor de un año antes. Y ese compromiso es el que le llevó a conseguir terminar esa jornada.
Aprendió que ser humilde no es signo de debilidad, sino todo lo contrario. Ser humilde es ser auténtico, sin pretensiones ni arrogancia. Eliminar el egoísmo y el solo preocuparse de uno mismo. Pensar en el resto del grupo. Los egos realmente ponen barreras entre la gente y piedras en el camino. Al final, sin una actitud humilde, la gente tiende a aburrirse y te deja solo. Al contrario, la arrogancia es poco honesta ya que nadie lo sabe todo y puede él solo con todo.
En definitiva, lo que se aprende con una buena cura de humildad es que nos necesitamos unos a los otros. Lo contrario, la gran mentira, es que podemos/debemos ser autosuficientes y que es mejor no depender de los demás.
Y el Camino es un Maestro que enseña mucho y bien. Los "cristales" actuaron y dieron cuenta de cómo el compromiso está por encima de los egos personales. Y funcionó lo que ya es un mantra: "el camino es la meta".
Somos lo que somos gracias a los demás. Pensó en sus compañeros de Camino; todo lo que habían trabajado para que estuvieran allí; permisos, agendas, vacaciones personales, sacrificio, lista para llevar, credenciales, reservas tren y alojamientos, camisetas ad hoc, mochilas, botellas...
Pensó en sus padres, en su mujer, en sus hijos y hermanos...
Pensó en los sanitarios, en los profesores, en sus jefes, en sus colegas...
Nada podía hacerse solo y todo era posible gracias a los demás.
Y todo esto le dio fuerza para seguir y cumplir su compromiso, culminar la etapa y culminar el Camino.